De Marrakech al «Trekking» Toubkal, cuando las mochilas las llevan mulas de cuatro patas…

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Y el otoño  ha llegado…, griseando los cielos, anudando de nubes con ansias de invierno, pintando con  tonos de  suave melancolía, reavivando tristezas olvidadas de antaño,  y cubriendo el suelo lentamente de hojas de recuerdos y añoranzas, de sueños y destemplanzas. Y en el cristal de mi  ventana cae lentamente, perezosamente, una gota que  resbala hacia abajo esquivando pesadamente a las demás, dejando un pequeño surco y en  su reflejo puedo ver mi figura, alargada, deshilachada y enmohecida, distorsionada y abandonada, …tocada de melancolía. Enclaustrado por la lluvia en mi mesa de camilla, me  llueven los recuerdos de aquellos días de calor, de aquellos días de risas y aventuras, que culminaron entre las nieves del Toubkal, aquí comienza el relato.

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Y esta historia se inició en invierno, en la puerta del refugio de la Caldera a los pies del Mulhacén, viendo las playas de África y los barcos pasar por el estrecho que nos separa, escuchando los silencios que se agitan inmaculados sobre los altos de la península,  allí los cuatro, Antonio, Dani, Bene y yo decidimos afrontar el pico más alto del norte de África, aunque  no lo llegábamos a tocar con nuestros ojos ávidos de horizontes, allí  en el retiro de los dioses.

Pusimos fecha en Octubre y decidimos ir en plan turista, contratar una empresa con guía, mulas y todas esas cosas que hacen los “guiris”, alguna vez no venía mal hacer una montaña en plan “comodón”, pues  no siempre va a ser llevar mochilas de quince kilos y pelearse con el mapa y el GPS…

Se unieron a la expedición Chema y Patricia, éramos seis los elegidos para la gloria del norte de África, nuevo país, nuevo continente, nuevas historias, los meses pasaron cabalgando entre brumas y soles, entre rutina y ocio, y se encaramó el mes de octubre a nuestras vidas.

Yo no estaba bien, me encontraba mal, mi cuerpo padecía del deterioro de un trabajo esclavista, de la explotación laboral, que te mina la moral, viendo cómo te dejas tu vida, tu familia, tu salud y tu tiempo, para que un puñado de políticos sin escrúpulos lo usen para hacer campaña electoral…, me encontraba muy mal, necesitaba salir e irme lejos, lejos de la realidad de un país enfermo de desidia y abulia…

Iría a recoger a Bene a Entrerríos pasadas las seis y media de la mañana, el avión salía poco antes de la una de Barajas, donde quedamos con los demás expedicionarios. El cansancio me apretaba, pero por fortuna no tenía que ir andando hasta Madrid, así que  llegamos poco más de las diez y media, y tras dejar las maletas en manos de Ryanair nos fuimos encontrando con Antonio y Chema, que habían pinchado una rueda al venir, Dani, y finalmente Patri, que se hizo esperar, pues por la mañana todavía no tenía preparado el equipaje pues estuvo de fiesta la noche anterior…

Tras unas carreras para llegar al embarque, nos subimos a nuestro avión, Antonio estaba muy nervioso, pues nunca había volado, y llevaba aguantando unos cuantos días nuestras chanzas sobre el evento aeroespacial…, Marrakech nos espera. En mi vida tuve un vuelo más aburrido, con asiento de pasillo y a la altura del ala, lo único que vi, fue el juego en el móvil del vecino treintañero, que se tiró todo el viaje golpeando una pelota de fútbol para elevarla por los cielos del mundo recorriendo metros y alcanzando porterías de fútbol, para recibir a cambio un puñado de monedas virtuales…, acabé bastante “emparanoiado”. Por fin tierra, un buen frenazo y de repente en un aeropuerto nuevo, limpio y moderno, tras recoger un pequeño papel para el visado nos encontramos en unas enormes colas, donde al final de ellas unos policías marroquíes, todos masculinos, te daban el visado para entrar en el país, poniendo un número de entrada en tu pasaporte…, el primer contacto con el país marroquí me sorprendió, estuvimos más de una hora esperando la larga cola, con una chica portuguesa que estaba delante de mí, joven y de buen ver, se tiró cerca de quince minutos el funcionario policial, cuando me tocó mi turno, no me miró, y ni me dirigió la palabra, me dio el visado en treinta segundos, será que las chicas jóvenes y hermosas son más complicadas de visar…

 

Antonio salió disparado a fumar y a buscar nuestro contacto marroquí, que nos llevaría al hotel Riad Omar, se despistó pues no recordaba bien el nombre de la empresa, “trekking Marrakech”, “Trekking Marrakech” le dije señalando al chófer que tenía un pequeño cartel con ese nombre, mezclado entre las decenas de choferes y guías que se amontonaban en la puerta del aeropuerto con carteles buscando sus clientes.

El conductor no hablaba mucho español pero nos entendía perfectamente en “españinglish”, nos llevó al aparcamiento, y tras percatarse de que no cabíamos con las mochilas en su taxi, colocó en la vaca del techo las mochilas de Bene y la mía que parecían las más grandes.

Nos apretujamos en el taxi y salimos hacia Marrakech, nos alojaríamos en el hotel Riad Omar, justo al lado de la plaza de “Yamaa el Fna” para nosotros “la plaza”, pues no conseguimos saber ni decir tal cosa.

Enseguida nos dimos cuenta de que estábamos en Marruecos, el conductor sin apresurarse, se sumergió en el tráfico de Marrakech, allí las normas son relativas, en las rotondas se meten todos los vehículos a la vez, y con medio del claxon o “pito” van colocándose sin chocar pero rozándose unos a otros, las motos, algunas con tres tripulantes, son mucho más abundantes que los coches, que son bastantes destartalados y antiguos, esto no es Europa, está claro. Cada vez el tráfico iba empeorando y al final se detuvo junto a la muralla cerca de una rotonda, en medio de la calle, como otros muchos taxis, es lo normal, nos bajó las mochilas y nos dijo que el hotel estaba en la calle de enfrente, una calle peatonal plagada de tiendas y de gente, un auténtico hervidero y eso que eran casi las cuatro hora local.

Rozándonos con la gente, en pocos metros vimos un pequeño y oscuro portal entre dos restaurantes, estábamos en el hotel, tras cruzar un estrecho pasillo llegamos a un mostrador antes de un patio interior que podría ser perfectamente andaluz, con sus azulejos azules, su fuente sin agua en medio y tras unos pequeños soportales, las puertas de las habitaciones, con un candado cerrándolas por afuera y forma de arco de medio punto o árabe, todo muy exótico para el que no haya visto nunca arte mozárabe.

Nos agasajaron con un té moruno con pastas muy ricas, lo que iba a ser lo habitual en todo el viaje…,”Whisky bereber, whisky bereber”. Y tras repartirnos por parejas en tres habitaciones y dejar nuestras pertenecías, Bene y yo de compañeros de habitación, nos dispusimos a ver Marrakech.

Marrakech es un zoco enorme, al menos en la zona céntrica que estábamos alojados, “rue Bab Agnanou” a 300 metros de la Plaza”Jamaa El Fna”, lo tuve que copiar de la tarjeta del hotel…, salimos por la calle con nuestras cara de turistas y enseguida empezaron a abordarnos, “españoles”, “ españoles”, “Torrente”, “ Belén estaban”, decían mientras nos intentaban introducir en todo tipo de tiendas, aunque las que más había en nuestra calle eran de recuerdos y objetos típicos árabes, muy semejantes a los que puedo encontrar en Granada, mi patria chica. Antonio empezó a tener enseguida éxito con los autóctonos, y le decían “ Tú amigo, Marroquí, tú no español, tú marroquí”, llegamos a la plaza y nos encontramos una actividad frenética…, encantadores de serpientes, domadores de monos, vendedores de dentaduras usadas, puestos de zumos y frutas, puestos de frutos secos y alrededor de la plaza comenzaban los zocos con cientos de tiendas agrupadas por actividades, como suele ser norma en los países musulmanes, los artesanos del cuero, vendedores de ropa, vendedores de especias y perfumes de todo tipo, donde abundaban los colores y olores exóticos, y en cada paso un “ amigo, español, español…” nos abordaban y nos trataban de meternos en sus tiendas, seguimos andando y estuvimos hasta la mezquita principal donde un minarete o alminar casi idéntico a la giralda de Sevilla pero sin Giraldillo nos recordaba que tenemos  antepasados Bereberes…, es la mezquita Kutubía o “ Koutoubia” que nos acompañará en nuestros horizontes en nuestra estancia.

Volvimos al zoco y decidimos que a Antonio le vendría bien una chilaba, y tras probársela y regatear un rato, no la compró por su elevado precio, Dani no se quedó atrás y él sí se compró unos pantalones “cagados” con los que se podría hacer pasar por marroquí muy fácilmente, lo que no era mala idea.

 

Ya en el hotel, teníamos media pensión y bastante hambre, nos agradó el menú a costa de entremeses de verduras y luego cuscús con cordero y Tajín de pollo, todo ello en la azotea del hotel desde donde divisamos el Atlas tapado de tormentas y el alminar que rompió el ruido de tráfico de fondo con la voz quebrada del muecín llamando a la oración.

 

Cuando nos cansamos de escuchar las voces repetitivas y agudas de los manteros que a partir de las diez ocupaban la calle literalmente, para que una horda de mujeres musulmanas se abalanzaran sobre las prendas al ritmo del “Eh, Eh, Eh “del vendedor, decidimos salir a dar una vuelta, era cerca de la medianoche.

Una vez más se abalanzaron sobre nosotros esta vez para ofrecernos de cenar y nos encontramos la plaza más concurrida que antes, el ser domingo podía influir, con grupos de música étnica donde grandes corrillos de marroquíes se agolpaban, y puestos de comida que se habían montado a media tarde, donde en finas y largas banquetas en torno a mesas rectangulares los numerosos  comensales codo con codo comían las viandas que servían diligentemente los cocineros, que te lo preparaban a la vista de todos. Lo que más me sorprendió fueron los seis puestos tipo kioscos de caracoles, colocados a continuación unos de otros, numerados hasta el seis de idéntica forma, y todos con sus comensales esmerados en su empresa de sacar los caracoles de sus caparazones, con el olor a salsa de fondo que me recordaba a la que hacía mi madre mil kilómetros más al norte…

Marrakech es un hervidero de vida y ruido, olores y colores vivos que te atrapan la retina hasta en la oscura noche.

De lo que más me impresionó fue el estado desmejorado y del fuerte olor que desprendían los caballos de las calesas que aparcadas estaban a la espera de que algún turista se quisiera pasear, la expresión de tristeza de algunos caballos me conmovió profundamente, tanto que dábamos un rodeo para no pasar junto a ellos, tras el paseo nocturno nos sentimos cansados del viaje y nos fuimos al hotel, pues teníamos todo el día siguiente para hacer turismo.

Amanece y subimos a desayunar donde una señora de edad madura nos prepara unas tortitas y unas tortillas de manera diligente, el bufé del hotel es bastante satisfactorio, salimos con nuestras cámaras en modo turista e inmortalizando todo rincón que merezca un recuerdo en nuestras memorias, nos metemos por una calle donde vemos policías desayunando, hay un arco bastante curioso y hacemos  fotos de aquí y para allá, de repente se acerca  a Bene un hombre alto, treintañero, con sus pantalones vaqueros, y le dice por señas que le enseñe las fotos, en la parte de atrás del pantalón se le ve el bulto de una pistola, parece que Bene sin querer ha hecho una foto apuntando para donde no debía y el hombre ,que suponemos policía secreta, le hizo borrar unas cuantas, esto no es Europa, eso sí, amablemente. Luego nos enteramos que en las inmediaciones está una de las casas de Mohamed Sexto, el jefe de estado de Marruecos, y estaríamos en las inmediaciones de la casa de alguna personalidad del gobierno. Seguimos de turismo, nos sorprendieron  los elevados precios para entrar en los monumentos, y nos gastamos 70 Dírhams (7 euros) en entrar en el palacio de Bahía, construido en el siglo XIX, en la época del romanticismo y me recordaba bastante a la Alhambra de mi Granada.

Nos pasamos todo el día en Marrakech entre motos, ruidos, humos y voces continuas de “español, español”, y en poco estábamos hastiados de Marrakech, terriblemente hastiados, hubiéramos preferido un día más en la montaña. Lo más emocionante del día eran los pasos de peatones, que comenzamos a llamar como pasos de “Mahoma”, en honor del paso que hay en el Aneto que hay que cruzar abrazado a la roca con dos precipicios a ambos lados y con el corazón a doscientos…, pues en los pasos de peatones, nadie frena, ni los coches, ni las motos ni los peatones, cruzar es un auténtico “subidón” de adrenalina, mi técnica era la de esperar que cruzaran un grupo nutrido de marroquíes y ponerme paralelo a ellos por el lado contrario de donde venía el tráfico, así me llegaría el golpe un poco amortiguado…, nunca pasaba nada, aunque te rozaban las motos por delante y por detrás…

Volvimos al hotel y desde su azotea descubrimos con agrado y sorpresa, que el Toubkal y parte del Atlas estaban muy nevados, fue el único día que tuvimos una tarde totalmente despejada en nuestra estancia en Marruecos de nueve días. Nos comentaron que necesitaríamos crampones y los habíamos dejado en casa, ya que desde la empresa nos indicaron que no los lleváramos, lo que me llenó de ilusión, pues me encontraba un poco apagado y agobiado con tanto ruido y acoso al turista. Mañana sería el día del comienzo del Atlas,  y ardía en impaciencia.

Nos levantamos temprano, estaba molido, mi cuerpo no iba bien, el estrés del exceso de trabajo me seguía pasando factura, el desgaste emocional solo me lo puede reparar la montaña…, hacia allí íbamos, por fin. Vino el taxista del primer día, nos recogió cerca de donde nos dejó, esta vez traía un  taxi más grande.

Y venía con otra actitud al volante pues hora y media de viaje nos separaba de nuestro destino, Antonio estaba un poco atemorizado por el tráfico, tuvo un accidente hace años, y desde entonces viaja un poquitín medroso…, sus peores presagios se cumplieron, las líneas continuas y las distancias de seguridad son ciencia ficción en Marruecos, el conductor iba como todos los demás vehículos, adelantando con otros de frente y rozando motos con los espejos retrovisores, Antonio estaba al borde del colapso, el avión era mil veces preferible al “taxi driver del averno”, la carretera fue empeorando y se fue adentrando en valles de montaña, la semana pasada habían acontecido lluvias torrenciales con inundaciones, la carretera estaba llena de tierra de desprendimientos que en algunos casos tapaban las señales de stop, dejando sólo sus “cabezas” fuera. El Atlas es muy seco, pero el pardo de sus laderas contrasta con el verde vivo de los bosques de nogales que tapan los fondos de los valles y que además estaban soltando sus nueces en esta época, suerte la nuestra.

En hora y media de miedo, pánico y risas, bueno, no era para tanto, Antonio, que  seguimos vivos, nos dejó el taxi  en medio de la nogaleda donde apareció de la nada un personaje, delgado, enjuto, de tez sobria y que se dirigió hacia nosotros con un español mezclado con árabe, era Hamid, nuestro guía, nuestra alma máter en los próximos cuatro días, Hamid al principio es un poco seco, yo creo que es por su timidez innata, pero luego es una persona cercana, cálida y atenta, nos cuidaría con esmero y tesón durante todo el tiempo del “Trekking”.

Aparecen dos mulas con dos muleros y en ella cargan nuestras mochilas…

Empezamos a andar, mis piernas son dos barras de hierro, una pista  nos lleva a través de los nogales para luego empinarse por una ladera que asciende por el valle, subimos, luego bajamos para llegar cruzar un barranco y nos encontramos en una pequeña aldea que no supe descifrar su nombre de los labios de Hamid, aunque luego en el mapa  Dani me lo ubicó como Imi Ourhlad, allí nos obsequiaron de hospitalidad Bereber…

 

Seguimos valle arriba tras tomar lentejas y té moruno con una hogaza de pan caliente, vigilados por las miradas risueñas de los niños de la casa, en poco dejamos el poblado y cruzamos otro donde salían niños de todos los rincones a agasajarnos con sus risas y sonrisas infantiles, sin duda, lo mejor del Atlas.

 

En poco nos metimos en un bosque de sabinas que luego serían los árboles predominantes, era llamativo la ausencia de sotobosque o monte bajo, los árboles se encontraban separados unos de otros por varios metros y en medio el color ocre de la tierra seca y alguna aulaga que resiste la boca de las cabras Atlantes, y una de esas aulagas acertó a clavarme sus espinas en la manos derecha, muy dolorosas por cierto.

 

Subimos hasta el collado de Tizi  n´Techt donde nos esperaban los cocineros con sus mulas, y una manta extendida donde nos esperaba  otro té y una nueva y copiosa comida, íbamos a volver del Atlas más gorditos a este paso…

 

Tras comer empezamos a bajar al valle, cuyo nombre no supe entender, para salir al poblado de Agouinane, en este valle divisamos las alturas del Atlas salpicadas de nieve y como las negras nubes comenzaban a engullirlas amenazándonos con  mojarnos. Salimos a una pista paralela al fondo del valle, donde transcurre un río, seguimos hasta legar a nuestro destino del primer día Tisi Oussem.

Allí en la casa más baja de la aldea nos alojaríamos ese día en dos habitaciones con tres colchones en el suelo, tras echar unas risas con nuestros amigos marroquíes que estaban cocinando, decidimos dar un paseo por aldea antes de que lloviera.

Tisi Oussem es un lugar mágico, aislado del tiempo , apenas con luz y agua en las casas desde hace muy poco, está encaramado en una ladera de unos doscientos metros de desnivel entre la primera casa y la más alta, es un balcón natural sobre el valle, donde el verde se desparrama en el fondo y recoge en su aliento las casas de los pueblos bereberes, construidas con sencillez y  humildad, aquí parece que todo transcurre más lento, más puro, más sencillo y a la vez más duro, vivir en una ladera empinada sin calles asfaltadas ni alumbrado, con largos y nivosos inviernos.

Empezamos a subir por las estrechas calles, vemos una tienda, apenas una ventana estrecha en una casa como las demás, preferimos seguir subiendo, a la bajada compraremos un refresco, pues Coca Colas no faltan  ni en el fin del mundo…

 

 En poco se nos añaden niños, y el repartir algún dírham hace de efecto llamada, ya sabe todo el pueblo de nuestra presencia, Patri asfixiada por sus pulmones tabaqueros decide quedarse a mitad de cuesta a esperarnos, los niños nos van llevando hacia arriba, bajo la lejana mirada de sus madres  ataviadas con vestidos de gran colorido. Hemos tardado casi media hora en llegar arriba, la vista lo merece, se domina todo el valle, empezamos la vuelta y tras comprar las Coca Colas se nos quedan mirando los niños y alguna adolescente mientras nos la bebemos sentados en los planos tejados de las casas…, aquí las sonrisas son más puras, más diáfanas, se palpa en el ambiente la felicidad ingenua de donde no hay coches, no hay “Tablets”, ni telediarios infames sacando todas las miserias del planeta tierra…

Una vez en nuestra casa bereber, tras una deliciosa y copiosa cena, nos sentamos un largo rato bajo las estrellas del Atlas, no hay iluminación en las calles, y se pueden casi que oler las estrellas…

 

 

 

 

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Y en el amanecer del segundo día en el Atlas, Hamid nos indicó que nos llevaría a unas cascadas y luego al poblado que está al pie del valle del Toubkal, donde pasaríamos la noche en el hotel de quien  llevaba la empresa del “Trekking”, que estaba en España y que no llegamos a conocer personalmente.

Esa noche había dormido bien, de un tirón, el colchón en el suelo bereber me produjo bastante sueño, pero seguía sin energía, no terminaba de encontrarme bien, el estrés había envenenado mis arterias durante el verano y ahora pagaba las consecuencias.  Salimos cuando el sol apenas se levantaba perezoso de las montañas, empezamos a andar en poco dejamos atrás el poblado en el que dormimos, el camino muy bien marcado y fácil de andar, es muy llamativa la sequedad del entorno, las sabinas están espaciadas, el monte se ve muy domesticado por el hombre, para mí era sobrecogedor el silencio que allí imperaba, ni un solo pájaro, ni un ave, todo en silencio, un desierto de rocas y sabinas roto por el vergel del fondo del valle donde se escurre el agua de las áridas laderas, le pregunté a Hamid si había víboras por esta zona y me contestó que las víboras en el desierto del Sáhara, que allí en el Atlas no había nada para que comieran las serpientes…,y me lo creo.

Antonio llevaba unas zapatillas que le había dejado Bene, pues las suyas le hicieron daño en el tobillo y cuando descendíamos una marcada cojera le hacía quedarse rezagado, pero por ahora era subida y no tenía excesivos problemas,seguimos andando por encima del río, ascendemos en busca de las cataratas de Irhoulidene, pasamos por un pequeño bosquecito de cedros de Atlas, cruzamos un vallecito para dejar atrás un refugio de montaña, nos encontramos el cartel del parque del Toubkal y nos fotografiamos.

Vamos a por la cascada, para ello tenemos que cruzar el río y luego ir paralelo a él, vemos como se angosta el valle en paredes cada vez más verticales, en muy poco estaremos…

 

Llegamos, es un lugar precioso, nos sorprende un puesto de zumos de naranja justo al pie de la cascada, fotos y más fotos.

 

Tras un breve tentempié servido por Hamid, tenemos que volver y desandar parte de lo andado hasta un collado para luego bajar hasta el valle de Imlil donde pasaremos la noche antes de subir por fin al Toubkal.

 

Volvemos y tenemos que ascender al collado, Patri no va muy bien, el tabaco y la inactividad hace que por un momento pierda los nervios y se siente en medio del camino, pero no la podemos dejar allí como nos propone, menos mal que en poco se le pasó el enfado y siguió caminando a su paso, mientras Hamid le llevó la mochila, todo un caballero… y  así es la montaña, cada uno debe ir a su paso y los demás pendientes del último,  es la solidaridad del montañero pues un día esperas y al día siguiente te tienen que esperar…

Vamos subiendo y subiendo por las sendas que nos guía Hamid, Bene, Hamid y yo nos quedamos un poco más rezagados con Patri, yo tengo la costumbre de ir el último, es más fácil correr hacia adelante que hacia atrás. En el collado  Tizi h´Mzik nos reagrupamos y allí hay puestos de zumos y muchos andantes y mulas  de paso. Paramos a hacer fotos, los pueblos yacen entremezclados del verde en el fondo del valle mientras las nieves blanquean las cumbres que se elevan más allá de nuestra vista, una bajada nos llevará al fin de la ruta, Antonio lo va a pasar mal…

Y así es, apenas puede andar del dolor en el tobillo,me quedo con él atrás y se tiene que parar continuamente…

 Vemos como Hamid acelera y se baja corriendo, y tras un rato de bajada llega  Mustafá el cocinero con una mula, Hamid había bajado a buscar el rescate de la caballería.

Salgo corriendo detrás de Antonio, el Curro Jiménez del Atlas, pues nos esperan abajo para comer…

 

 

Comemos en un llano en  la zona donde comienza la nogaleda y comenzamos a andar a buscar el último lugar del día, el poblado donde dormiremos.

 

  Y una vez más ante nuestras preguntas  nos dice Hamid como siempre nos responde que falta media hora, o sea dos horas o más traducido al castellano, ya empezamos a andar por pistas más anchas a la altura de los pueblos, la tarde va cayendo delicadamente sobre las montañas del Atlas, removiendo de colores y contrastes el valle con el paso ligero de nuestras mulas que siempre nos sobrepasan rápidamente por mucha ventaja que les lleváramos…

 

Andamos mucho más de la media hora que nos dice Hamid, subimos por una pista que tiene una apisonadora con ruido infernal arreglándola, y en poco nos encontramos el poblado donde acabaría nuestra ruta de hoy.

 

 

 

 

Entrando en Around  nos compramos unos pañuelos bereber para cuando vayamos al desierto después del Toubkal.

Y  tuvimos esta vez que ascender hasta lo más alto del pueblo para llegar hasta el Imperial, el hotel que nos alojamos y luego cenamos, y nos acostamos pensando en el siguiente día que empezaba lo bueno, el Toubkal estaba tapado y seguro que estaba tomando nieve para nuestros pies, lo que nos hizo decidir por alquilar los crampones aunque luego no los usaríamos…

Y nuestros sueños se quedaron esa noche tocados de aventura y gallardía, esperando el momento de asaltar el Atlas como buenos bandoleros…

 

Continuará en las nieves del Toubkal.

 

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