• “Maese Viento, hoy estás gélido, cuanto tiempo sin escuchar tu voz, amigo mío…

  • Eres tú quien me sientes gélido, humano, pues sois vosotros los que sentís y queréis dejar de hacerlo cuando lo que os llena es el gris, ¿verdad, humano?

  • Por mí lo dices…, Maese, no quiero hablar de mí, la vida a veces son luces y otras son sombras, sin grises no hay color, y sin lágrimas no hay risas, me lo dijiste una vez…

  • Todo depende del color del cristal que mires, humano, y tú decides qué vidrio poner delante de tus ojos…

  • Así es Maese, pero déjame con mis pesares, pues cada cual que sostenga su vela…

    Estuve en Agosto bajo el Ameal de Pablo, Maese, allí pasé la noche y  me sentí sobrecogido, notaba algo terrible flotando el ambiente, pese a ser  un lugar tan bello y tan mágico…

  • No querrás que oscurezca aún más tu gris con tan tenebrosa historia, es turbadora incluso para mí, los humanos podéis llegar a ser tan crueles…, sois una especie un tanto peculiar.

  • Cuéntamela, Maese, por favor, y deja que mis grises  se llenen de blanco…, tu voz siempre es mi aliento, y tus historias mi alimento…

  • Si es tu voluntad, escucha, humano, pues es larga y no repetiré dos veces…

 

  La terrible historia de Pablo, el constructor de ameales. 1. ¿Dónde estás?.

Todos me conocéis, sabéis quien soy,…pero no lo sabéis.

Creéis que Yo soy quien silva en la reja de tu ventana, quien roza tus cabellos, quien te corta  la cara en la fría mañana,…el viento.

No, soy mucho más, mucho más que el simple viento, debes saber que cada vez que susurras, cada vez que suspiras, que gimes, que comes, que hablas, que respiras, yo estoy ahí, yo lo siento,… yo lo sé.

Os voy a desvelar la terrible  historia que sucedió no hace mucho en estas montañas que llamáis Gredos, allá por vuestro siglo cristiano XVI…

En aquella época habitaba junto a las montañas un humano cuyo nombre era Pablo…, Pablo Martínez Salazar, de los pocos humanos que veía, escuchaba y sentía, sí, sentía…, hablaba conmigo, con Luna y entendía a Madre Tierra…

Gran aprecio le tenía pues además de su gran corazón, vertía sus grandes sentimientos en todo lo que hacía, pero mal daño le tenía el destino, escuchad pues,… su oscura historia.

Como os acabo de susurrar necios humanos, Pablo era de los pocos de vuestra especie  que podían oírme, una persona humilde que empleaba su vida en la naturaleza…, era pastor pues  cuidaba  a sus animales con cariño y respeto, y además cultivaba campos para proporcionarles comida  en invierno cuando la nieve lo cubre todo.

Empleaba mucho tiempo en andar detrás de sus animales por las montañas, de manera que era gran conocedor de éstas, pero la gente de las aldeas circundantes le conocía por sus ameales, los ameales los construía para preservar la paja para el invierno, los hacía inspirado en una cumbre que visitaba con frecuencia y los fabricaba con un gran tronco que ponía vertical y al que ataba la paja en modo descendente, siendo más ancho por la parte baja, donde preparaba  un muro de piedras para evitar que los animales  pudieran acceder a la paja antes de tiempo.

Otros en las aldeas circundantes trataron de imitarle, pero no  llegaron a conseguir hacerlos tan grandes ni con paja tan suculenta, sus animales eran los más lustrosos y hermosos, y crecían sanos y apacibles, todo ello era causa de envidia entre otros pastores, o ganaderos como les denomináis en vuestra actualidad…

Pero el humano más fusco del valle sin duda  era  Jesús Martín de Tormes un individuo cuyo ego era mayor que su estatura, que ya era mucha, fornido y de gran porte, de gran verborrea, locuaz, mentiroso pertinaz  y ante todo era el ser más envidioso que había dado la Tierra por estos lares, sin duda estaba tocado por las manos de Sisbi, el ser oscuro de la envidia y la mezquindad, su cabello largo y oscuros y sus ojos penetrantes le hacían bello a los ojos de las humanas.

Jesús le pidió a Pablo que le enseñara la técnica para construir los ameales, a lo cual accedió sin dudar, pues el corazón de Pablo no tenía reservas con nadie, pero por mucho que practicara jamás consiguió aproximarse  a los que hacía Pablo y esto hacía que Jesús odiara profundamente  a Pablo y no dudaba en mantener infundios contra Pablo acusándole en privado de tener trato con el diablo, de lo que Pablo era  totalmente ajeno a ello.

Pablo que a pesar de tenerlo todo, puede que no todo…,pues  una sensación de soledad le embargaba su ánimo y le iba inundando  de melancolía día a día…, sus ojos  negros se enturbiaban y su rostro enjuto palidecía día a día, se sentía sólo, terriblemente sólo, las jóvenes del valle no le atraían , pues el espíritu de Pablo no era sencillo y vano como la mayoría de las gentes humildes de la montaña, él veía más allá de las cosas, de las personas, y se sentía incomprendido.

No llegaba a comprender lo que le sucedía, pues la melancolía guiaba sus pasos cada amanecer, y notaba una gran falta, como si su ser fuera incompleto y necesitara de alguien, sí lo sabía, pero no sabía dónde estaba ella…

                        Y para qué caminar,

                          para qué alejarse,

            con mis pasos descuidos,

              tras el alba confuso.

                         Para qué…

        Me pregunto cada paso,

           cada recta, cada giro,

           cada cuesta, cada respiro.

                         Para qué…

                            amanecer mío,

               esponjoso y plañidero,

                    meloso y zalamero.

                   Para qué…

                             Mañana fría,

                     que me rozas

                         en los labios

             con tu leve fragancia,

        de melancolía ponzoñosa.

                      Para qué…

             Desilusión mía,

             escondida letanía,

              tras las perlas

             del descuido

             de mis mejillas…

                  Para qué…,

           para qué tocar,

             los silbos del viento,

              que se cuelgan…,

            en mis cabellos .

                Para qué…

                 agua…

           de fontana dolorida,

        congelada y escondida,

      dentro de mi pecho.

                Para qué…

        Me pregunto…

      Para qué…, sentir…,

                        cada murmullo,

                cada susurro,

          cada caricia,

                 de la dulce melodía…,

      del llanto de la noche.

               Para qué…

          Para qué soñar…,

      con los ojos abiertos,

          en un día blanco,

        de soles y caricias.

                   Para qué…

             Para qué…

          Para qué

         Si no me dices…

                 ¿Dónde estás?