• «Maese Viento, sé que estás hoy de buen humor, no me lo niegues, tu brisa es cálida y trémula…

  • Y a ti qué te importa mi humor, humano. Estoy como tengo que estar…

  • Maese, me debes una…

  • Qué quieres que te deba, humano, yo no tengo deberes con vuestra especie.

  • Recuerda, hace dos años ascendí en solitario por la Brecha de Rolando hacia el Taillon en Pirineos, y me prometiste que me contarías quién es la Dama de las Nieves, pues me dijiste que podría acabar en sus brazos…

  • Creí que tu necia y corta memoria había desdeñado ese recuerdo, pues abre tus sordos oídos y escucha, humano, que no lo repetiré…

 

Los ojos de Marguerite.

 

Todos creéis que me conocéis, pero no lo sabéis…, no tenéis ni idea.

Creéis que Yo soy quien arranca las hojas en otoño, el que levanta el polvo que te hace cerrar los ojos, el que hace temblar las rejas de tu ventana con furia…

No, soy mucho más, mucho más que el simple viento, debes saber que cada vez que susurras, yo estoy ahí, cada vez que gimes, que comes, que hablas, que respiras…, yo lo siento, yo lo sé.

Yo soy el que te seca las lágrimas cuando lloras, y el que te llena el pecho cuando suspiras…, sé todo de ti y de cada uno de vosotros.

Esta vez os enseñaré una historia que sucedió hace poco tiempo, hasta para vuestras cortas memorias, venid conmigo y mirad…

 

Dos figuras humanas se debaten en la furia de mi ventisca, luchando por sus cortas vidas…, nunca entenderé vuestra locura de exponer inútilmente la vida, sois necios los humanos…

  • Marguerite , no me sueltes por favor…,¡ no me sueltes!

  • No te preocupes, yo te guiaré…confía en mí.

Mi furia arrecia cada vez más, no podían ver prácticamente nada, el polvo blanco helado les envuelve , el frío era insoportable, habían dejado la cuerda atrapada en el piolet para bajar una pared de hielo, ahora la única forma que tenían de  no perderse era ir agarrados el uno del otro.

Pierre estaba aterrorizado, su  iniciación en el alpinismo era demasiado peligrosa, nunca creyó que tendría que luchar por su vida…, pero confiaba ciegamente en Marguerite, ella le tenía hechizado con sus ojos, esos ojos color azul de mar intenso, de mar calmo en un día soleado  de verano. Esos  ojos le transmitían paz y excitación, seguridad y riesgo, ternura y bravura, templanza y locura,  esos ojos que le atrapaban  y que cuando se clavaban  en los suyos, el tiempo se paraba y un universo nuevo y desconocido se abría de repente para él…, eran sus ojos de Marguerite,…los ojos de Marguerite.

Tras el primer beso le había prometido  que le iniciaría  en su mundo de la nieve, de las montañas, y él eran hombre urbano y nunca había pisado la montaña, pero por esos ojos…, y tras unas pocas salidas de montaña buscaron algo más intenso, más difícil, porque esos ojos se lo pedían, no hacía falta que sus labios hablaran, y allí estaban ambos en el lugar que vosotros llamáis Pirineos, cerca del gran monte de caliza,  cerca del Monte Perdido, luchando por sus humanas vidas…

 

  • Mejor agárrate a mi arnés, Pierre. Necesito las manos libres, porqué tuviste que olvidar en el coche los malditos cordinos…

  • Marguerite, no me sueltes…, tengo miedo, Marguerite…, mejor no me sueltes…

Siguieron avanzando, con mucha dificultad, de repente escucharon un  crujido enorme, el suelo empezó a temblar, estaban sin saberlo en una cornisa de nieve que se desprendió, Marguerite cayó y se quedó agarrada de una mano de Pierre colgando en  el vacío, balanceándose lentamente.

  • Marguerite, Marguerite, ¡Marguerite!, no, Marguerite…¡No!, ¡por favor!,¡Marguerite!, ¡no me sueltes!, ¡No!

Y Pierre se quedó mirando esos ojos de azul intenso  que tanto amaba, y entonces vio en ellos desesperación, en esos ojos que le miraban fijamente suplicantes mientras dedo a dedo se iba escurriendo de su mano, y luego vio miedo, ese miedo que traspasa el alma y se queda impreso en tu corazón, y luego vio terror…»


«Estaba sudoroso, empapado en sudor…, todo había sido una pesadilla.

No, no lo había sido, era la pesadilla,  la que le venía todas las noches desde hacía veinte años, cuando desapareció Marguerite en la nieve, por desgracia  para él, no era una pesadilla, cada día se despertaba con los ojos de Marguerite, clavados en él, traspasándole, y en su mirada vivía perdido desde entonces.

En vano llevaba 20 años cruzando montañas y cumbres, buscando lo perdido, esos ojos azul mar, mar profundo en calma, esos ojos que le faltaban, esos ojos con los que soñaba,…los ojos de Marguerite.

A Pierre  la fiebre de la montaña le consumía, y siempre iba primero en las expediciones, sin mirar atrás, siempre buscando algo más, algo que nunca encontraba ni nunca encontraría, con la imagen permanente en su mente, de los ojos suplicantes de Marguerite…

La nieve crujía en lamento cortada por los crampones a cada paso, las cuatro figuras humanas se mantenían en lucha contra la pendiente, el cielo azul tapizaba las cumbres blancas, el paso del grupo era bastante ligero.

Pierre tenía tendencia a la soledad, y frecuentaba las montañas en solitario, pero en esta ocasión iba  con  Laurent , Arnaud  y Martin , adelantado de  sus compañeros  seguía con su habitual energía, de quien no tiene nada que perder,…pues está perdido.

Las cumbres empezaron a cubrirse rápidamente, mi voz de  viento comenzó a silbar con vehemencia, una nube gris empezaba a desparramarse desde las alturas.

  • Esto no me gusta nada, Martin, el pronóstico del tiempo no era claro y daban posibilidad de que entrara una tormenta, debemos volver.

  • Si, Laurent, hay que volver, se pone muy fea la cosa…

  • Vamos a volvernos aseveró Arnaud…, no queda otra, esto se está poniendo cada vez peor y la montaña seguirá aquí mañana. ¡Nos volvemos!

  • Vosotros volveros, si queréis, yo seguiré un poco más, y si veo que se pone mal, me vuelvo…, dijo Pierre sin esperar respuesta.

Los tres montañeros se volvieron en busca del cobijo del refugio, ni siquiera miraron para atrás. Pierre una vez más siguió, estaba muy cerca de donde tuvo aquel fatídico accidente donde desapareció Marguerite, hacía ya veinte años…, quería llegar hasta el lugar, había algo que le empujaba a ir hacia allí, al fondo veía la Brecha de Rolando…

Las nubes se habían cerrado engullendo la montaña, de repente empezó a nevar, arreciaba mi ventisca y apenas podía andar con la fuerza de mi ira invernal, pero a pesar de ello no sentía frío, nunca lo sentía, las montañas eran su casa y estaba acostumbrado a ellas…

De repente resbaló y cayó por una pala de nieve, rodó cien metros pero tuvo suerte, parecía que no se había dañado, no sabía para dónde ir, siguió y siguió ,encontró una cueva,…estaba oscureciendo, decidió entrar en la cueva.

Se acurrucó en un rincón, allí al menos no nevaba, esperaría que amaneciera, ya había pasado muchas noches a solas, pero esta cueva no la conocía…, mi voz de  viento seguía sonando con fuerza fuera, se quedó dormido durante un tiempo indeterminado, de repente se despertó con esa sensación perturbadora de que algo extraño pasa,…se iluminó la cueva en un gran resplandor.

Y ante sus ojos apareció una figura humana, era una mujer con una túnica blanca, le brillaba su silueta y un aura invisible parecía envolverla.

Pierre se quedó estupefacto ante semejante visión, pero en seguida reaccionó:

  • ¡Marguerite!,¡Marguerite!,.¿Eres tú?. Decía  mientras se acercaba nervioso a la entrada de la cueva donde se encontraba ella. ¡Llevo tanto tiempo buscándote!

Su pelo era de color blanco radiante y sus ojos azul cielo de tono glaciar, pero no eran los de Marguerite.

  • ¿Quién eres?, ¿qué haces aquí? Dime algo por favor.

La mujer no hablaba y no paraba de sonreírle, por señas le indicó que la siguiera, la tormenta había parado y el cielo azul templaba el horizonte en el nuevo amanecer, Pierre sentía que no tenía elección, la mujer era muy extraña pero parecía que le iba a sacar de allí.

 Anduvieron por la nieve durante largo rato, ella apenas parecía pisar la nieve, era como si flotara, se volvía continuamente y le sonreía y le animaba a seguir, haciéndole gestos con la mano.

Llegaron a una pared rocosa, la bordearon por debajo y en un pequeño rellano donde  había un pequeño resalte de roca, se detuvo, y se quedó mirándole sin decir nada.

  • Qué pasa, qué deseas, no te entiendo si no me hablas, acaso no sabes mi idioma…

Ella le sonrió otra vez, esta vez su sonrisa era tierna pero triste, cálida y comprensiva, le hizo los gestos para que cavara en la nieve.

Pierre atónito, se puso a cavar con sus manos y en poco que movió la nieve empezó a ver una placa de metal que estaba clavada en la roca.

  • Bien, una placa y qué quieres, yo quiero irme a casa, no quiero estar aquí, no me gusta este sitio…

Ella le miró con compasión, le hizo gestos negativos con la cabeza, y luego gestos de que cavara.

  • Una placa bien, pero para qué cavar más, no me importa lo que ponga la placa…, no quiero seguir,…no.

Le miró esta vez con severidad, y Pierre siguió cavando. A medida que iba retirando la nieve apareció la inscripción de la placa, y al leerla Pierre palideció como la nieve…

                                   A la memoria de nuestro querido amigo

                                                       PIERRE   FANTIN

                                  Que nos dejó el 23 de Mayo de 1999.

                                       Siempre te recordaremos.

 

Y se volvió a mirar a la extraña  mujer , pero entonces vio en ella los ojos de  azul intenso  de Marguerite,  y vio en ellos  primero desesperación, en esos ojos que le miraban fijamente suplicantes de que no se soltara, mientras dedo a dedo se iba escurriendo de su mano, y luego vio miedo, ese miedo que traspasa el alma y se queda impreso en tu corazón , el miedo de ella cuando  comprendió que le perdería y luego vio terror,  vio su propio terror, en la imagen de su rostro aterrado mientras su cuerpo se precipitaba en el vacío, reflejado…en los ojos de Marguerite.       

 

  • Entonces Maese Viento, la Dama de las nieves rescata las almas perdidas en la montaña…

  • Eso parece, humano.

  • Pues me has tenido dos años esperando que me contaras quien era ella…

  • Todo tiene su momento, humano. Todo sea que no te la tengas que encontrar…, recuerda la delgada línea de la vida y la muerte.»