Era un día cualquiera de primavera, Culibillas estaba sentada bajo un gran pino, escuchando la voz de un arroyo que le contaba las historias de lo que ven las gotas de agua al caer, antes de convertirse en copos de nieve. Los humanos no tenéis ni idea de las cosas que os rodean y os las perdéis continuamente con vuestra absurda forma de vida, sois necios los humanos…
De repente escuchó unos pasos en el bosque y sintió una presencia, dulce, grata, entrañable, se giró sobre sí misma y de frente se lo encontró…
Era un unicornio, blanco e inmaculado como la nieve, estaba quieto delante de ella, le miraba con la paz que sólo tienen los seres mágicos, y sin pensarlo lo tocó y al hacerlo, empezó a ver imágenes…
Estuvo un rato acariciando al animal, luego le miró con una sonrisa de agradecimiento, se dio la vuelta y empezó a correr en dirección a su aldea.
Anayet estaba en la puerta de su cabaña mirando con el entrecejo fruncido a las nubes que se acercaban por el suroeste.
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Padre…,¡padre!. Por favor escuchadme.
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Culibillas…, qué te ocurre hija mía, ¿a qué viene tanto alboroto?
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Padre…, decía jadeante Culibillas. Tenéis que confiar en mí, hay que desalojar la aldea e irse al refugio rojo, pues todo va a ser arrasado por las aguas.
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Hija, es cierto que han subido las temperaturas y si llueve puede arrastrar toda la nieve…, pero cómo sabes tú lo que me dices…
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Padre, tenéis que creerme. Me lo ha enseñado el unicornio. No estoy loca…, he visto la aldea arrasada por el agua y moríamos todos…, ¡padre!, tienes que creerme…, hay que salir de aquí…
El rostro de Anayet palideció como la nieve, se tocó el mentón con la mano izquierda, y le respondió;
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Hija mía, nunca te hablé del unicornio, cuando naciste apareció de la nada y se acercó hasta tocarte. Nunca entendí por qué lo hizo…, y ahora creo que lo empiezo a entender… ¡Vamos!, que hay mucho trabajo, deprisa…las nubes son cada vez más oscuras…
Anayet convocó a toda la aldea y mientras les estaba hablando empezó a llover intensamente, todos comprendieron la necesidad de marchar, pues no era la primera vez que una desgracia acaecía en las montañas, así que con todos los animales que tenían y las pertenencias más importantes, partieron a la cima de la gran montaña roja, allí estarían a salvo.
La lluvia seguía cayendo con intensidad, se refugiaron en un gran techado junto a la pared de la roca que tenían preparado de refugio. Cada vez la lluvia era más fuerte, pero Culibillas no estaba tranquila, seguía frenética, empezó a llorar y se acercó a Anayet…
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Padre…, por favor. Escuchadme. Las hormigas, las hormigas blancas se ahogarán…, hay que ir a ayudarlas…, están atrapadas en Formigal, lo sé…
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Pero hija, es muy peligroso bajar por el barranco, tiene mucha agua, para salvar unos bichos…
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Padre, por favor…Escuchadme, no podemos dejarlas. Si ellas perecen la nieve no será limpia y sin ellas las montañas perderán su pureza…
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Está bien, hija. Vamos…, pero a dónde.
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Padre, no me preguntes cómo. Pero sé dónde están, coge un hacha y sígueme.
No paraba de llover, bajaban por el barranco mientras el arroyo era cada vez más grande y furioso ,la lluvia apenas dejaba ver a un metro, pero Culibillas fue directa al sitio en lo alto de un saliente, apiñadas y apretadas unas contra otras, se encontraban miles de hormigas sin escapatoria con el agua a punto de engullirlas.
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Padre, rápido…, cortad el árbol para que haga un puente. Dijo Culibillas gritando para que su voz superara el rugido del agua.
Los fuertes brazos de Anayet cortaron el tronco del árbol, que cayó sobre el montículo, las hormigas se pudieron escapar andando por el tronco. Ahora tocaba buscar un sitio elevado para salvarse, era imposible volver al refugio rojo.
Así que se subieron a una gran peña que se iba tornando blanca y adoptando forma de hormiguero, a medida que iban llegando las hormigas.
Pasaron dos días más de lluvia, el agua y el fango inundaron todas las zonas bajas pero por fin paró y salió el sol.
Culibillas y Anayet volvieron al refugio rojo, donde encontraron a todo el mundo a salvo, eso sí, no pudieron escapar del abrazo de Arafita, que ya les creía muertos y poco faltó para que los matara…, a besos entre lágrimas.
Estaba todo arrasado, no habría pastos hasta bien avanzado el verano, pues el fango lo cubría todo, y de la aldea no quedaba casi nada, el agua se había llevado las casas. La gente lloraba y se quejaba desconsolada al ver sus pertenencias destruidas.
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Dejad de llorar. Gritó Anayet, estamos todos vivos…, tenéis que dar gracias a Madre Tierra que nos ha dejado seguir respirando y a ninguno de nosotros nos ha pasado nada, si es voluntad de ella que trabajemos para reconstruirlo todo… ¡Lo haremos!
Así que el pueblo se puso a trabajar con la tranquilidad del liderazgo de Anayet, que siempre parecía saber lo que había que hacer. Pero esta vez, su semblante no se relajaba, algo le preocupaba terriblemente.
Culibillas que lo conocía se acercó y le cogió la mano.
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Padre, ¿qué os preocupa?. Si estamos todos bien.
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Hija, hemos perdido todas las cosechas que estaban naciendo y no tenemos simiente, pues nuestras reservas se las ha llevado la riada…
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Sé la solución, dejadme a mí…Padre, y yo lo resolveré…
Sonrió con esa sonrisa cálida que sólo ella era capaz de expresar, miró a su padre;
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Volveré, confiad en mí, padre.
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Pero a dónde vas sola, hija mía, ¿si está todo arrasado?.
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Dejadlo todos en mis manos, volveré, lo verás…
Y se metió entre las sombras y desapareció, Anayet se quedó estupefacto, desde luego que era un ser muy especial…; el unicornio, sus visiones, estaba bendecida por la Luna sin duda, y confiaba en ella, sin importarle que fuera sólo una niña…
El sol rozaba las crestas de la montaña, mientras la niebla se levantaba sutil acariciando las ramas de los árboles, Anayet y Arafita estaban muy preocupados, hacía más de una semana que Culibillas había desaparecido, de repente empezaron a ver movimiento en el bosque, poco a poco vieron por el suelo una masa blanca que se acercaba hacia los prados, y junto al Ibón una figura humana, Culibillas se acercaba sonriendo y detrás de ella venían miles de hormigas, que portaban en su boca semillas, miles de semillas.
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Dije que volvería y aquí estoy, las hormigas nos salvarán a nosotros, como las salvamos a ellas.
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Pero…,pero…,¿Cómo es posible? Que ellas tengan tantas semillas.
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Padre, las hormigas siempre guardan en sus hormigueros semillas de todo tipo, y luego las usan de muchas maneras…, os creéis que sólo son unos bichos pequeños, pero son mucho más, ellas mantienen el ciclo de la vida y la muerte en la montaña…
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Es increíble, hija. Nunca me lo imaginé…, van a salvar los prados y las cosechas con su ayuda…¡Benditas hormigas…!»