El ENANO DE GREDOS. Capítulo I. DOÑA ISABEL DE ROJAS.
Cuando en la semintegral de Gredos pasé bajo una peña, Maese Viento me dijo que en un tiempo había sido humano y me prometió que me contaría su historia, volví a Gredos y en el puerto de Candeleda me estaba esperando, cumplió su promesa, os dejo que sea él mismo quien os lo relate, la historia del Enano de Gredos.
Capítulo I. DOÑA ISABEL DE ROJAS.
Todos me conocéis, sabéis quien soy, pero no lo sabéis.
Creéis que Yo soy quien silva en la reja de la ventana, quien te roza los cabellos, quien te corta la cara en la fría mañana, el viento.
No, soy mucho más, mucho más que el simple viento, debes saber que cada vez que susurras, yo estoy ahí, cada vez que suspiras, que gimes, que comes , que hablas, que respiras… yo lo siento, yo lo sé.
Cuando mueves un brazo, una mano, un dedo, un cabello, yo lo veo, lo veo todo, absolutamente todo, desde siempre, sé como sois cada uno de vosotros.
Os conozco muy bien, humanos, os creéis muy inteligentes, muy listos, os atribuís la capacidad de ser la única especie racional, ¡Ja!, necios, tontos, estúpidos, lelos, botarates, sois lo peor que ha visto la Madre Tierra, os aferráis a poseer cosas materiales, y vuestra avaricia no tiene límites, queréis poseerlo todo y no es vuestro ni lo será nunca, ni siquiera cuando lo destruyáis, y cuando desaparezcáis del planeta sólo yo os recordaré…
Pero todos no sois así, ni mucho menos, os voy a contar una historia que ocurrió hace mucho tiempo para vosotros, del que con vuestra memoria selectiva habéis olvidado, puesto que preferís recordar a los que hacen daño y no a los que lo deshacen.
En un pueblo de la montaña que llamáis Gredos, cuyo nombre sé pero no voy a decir, vivía un muchacho, de nombre Martín Dávila, era uno entre un millón, uno de los que nacen una vez cada mucho tiempo, un alma pura, limpia, un corazón grande, como las montañas.
Martín para vosotros los humanos no era afortunado físicamente, era algo bajito, de nariz emergente, cejas pobladas y ojos marrones y pequeños, nada llamativo salvo por su nariz.
Martín, sí Martín, era de los pocos humanos que he apreciado de verdad en mucho tiempo en estos parajes, él entendía la naturaleza, me escuchaba, también escuchaba a las Nubes Susurrantes, hablaba con las Rocas Petrificadas y leía los arroyos, sólo un corazón sin mácula podía hacerlo.
Vivía solo, en una gran casa heredada de sus padres, ya desaparecidos, él era una persona muy querida en la comarca por su gran bondad y por su capacidad de ayudar a quien lo necesitaba, y conocía la montaña mejor que nadie.
Era feliz, amaba la naturaleza y disfrutaba de cada día de su vida como si fuera el último, pero todo cambia y para su desgracia, cayó enfermo, de la peor de las enfermedades que tienen los humanos,… el Desamor…
Acercaros conmigo y mirad, desde arriba se ve bien…
Esta mañana de primavera han llegado varias carretas al pueblo, vienen a la casa de enfrente de Martín, un pequeño palacete, sus dueños proceden de la ciudad. Una enfermedad del pulmón ha obligado a Don Álvaro de Rojas a mudarse cerca del aire puro de la montaña, trae consigo a su familia y a sus criados.
Don Álvaro, es un noble viudo venido a menos, que posee un puñado de propiedades que está vendiendo para hacer frente a sus deudas, adquiridas a base de vivir por encima de sus posibilidades, ya sabéis de lo que hablo, y su máxima esperanza económica para seguir viviendo en dispendio es su hija, llamada Isabel.
Doña Isabel de Rojas es una muchacha, risueña y cándida que a vuestros ojos sería el prototipo de la belleza, pelo dorado, dientes blancos, labios rojos, ojos esmeralda, piel blanca, y su silueta ligera como mis nubes ,una hermosura para vuestros ciegos ojos, que no ven más allá.
Martín ha salido a saludar a Don Álvaro:
– Buenos días, Don Álvaro sea vuestra merced bienvenida.
– Buenos días, muchacho. Con quién tengo el placer de hablar.
– Soy Martín Dávila Sarmientos hijo de Diego Dávila.
– Ah, sí. Don Diego, que murió con mucha honra luchando por su país. Un gran soldado, muchacho.
– Aquí estaréis muy bien, Don Álvaro, éste es un buen pueblo de gente cálida y acogedora…
En ese momento se ha bajado Isabel del carro, sus ojos se clavan un segundo en Martín y él se queda petrificado, incapaz de cursar palabra, un solo segundo ,uno sólo y todo cambia para siempre…
– Maese Viento, Maese Viento, la has visto, la has visto…
– Tranquilízate , humano, ya sabes que yo lo veo todo.
– Maese, por favor, no me digas humano me haces sentirme un extraño.
– De acuerdo, Martín, y la he visto.
– Es, es bonita, ¡no!, preciosa, hermosa, delicada, tierna, grácil, cálida, y me ha mirado.
– Martín, no te engañes, apenas te ha visto. Ya sabes que no eres muy agraciado, y su padre tiene planes para ella, debes saberlo y en ellos no estás tú.
– ¿Cómo que tiene planes?, Maese, ¿ A qué te refieres?.
– Su padre quiere casarla con una gran fortuna, y tú no la tienes.
– Pero a que es preciosa, Maese , tú que has visto tanto.
– Ay, Martín, debes saber que el Desamor es como la nieve…, pues primero cuando cae, lo hace suavemente y es cálida y agradable al verla por la ventana, pero luego cuando te acercas y la tocas es fría, gélida y duele, duele mucho. No quiero que te ocurra a ti, Martín.
– Cómo puede doler una cosa tan hermosa, Maese.
– Ten cuidado, mucho cuidado, o lo sabrás…
Poco caso hacéis lo humanos, y siempre tropezáis en las mismas piedras por mucho que se os muestren delante de vuestros ciegos ojos, Martín no iba a ser menos, ahora sólo vive para verla un segundo, aunque sabe que lo suyo es un amor imposible. Apenas come, duerme mal, vive del calor que le provoca verla, aunque sea un solo instante, se cruza con ella por la calle y en incapaz de decirle nada, apenas balbucea los buenos días, vaya Don Juan está hecho;
“ Aquella mañana dulce sentimiento estaba allí ella, frente a mí…
Aquella mañana dulce ilusión estaba allí ella, mirándome…
Y los soplidos de mi rencor doloso resonaban impacientes entre lienzo de noche.
Aquella mañana dulce esperanza estaba allí ella, mirándome…
Y los tañidos de mi nerviosismo entrechocaban, en mis sienes despiertas.
Aquella mañana dulce pensamiento estaba allí ella, esperándome…
Y los impulsos de mi corazón desbocado, se nutrían de distancia.
Y los temblores de mi razón enajenada, se reían deprisa.
Y los pinchazos de mi instinto incrédulo, se espesaba entre pasos.
Un paso, dos pasos, zozobra, me esquiva la mirada, temblor indecisión.
Y aquella vocecilla otra vez recorriendo con zapatos de clavos, – no puede ser – no puede ser – …no puede ser.
Hasta que ella desapareció de mi vista. ”
Otra vez está encaramado en lo alto de la gran roca para oírme mejor, lo está pasando mal…
– Maese Viento, Maese Viento…
– ¿Qué quieres Martín?, te veo muy alterado.
– No sé que hacer, no puedo dejar de pensar en ella. Estoy desesperado…
– Ya te lo dije, el Desamor es la peor enfermedad humana, tienes que olvidarla…
– ¡ Cómo!, ¡ cómo lo hago!, es que ella, ella…
“ Ella es luna en hojas de plata caricia de nube flor de nata. Ella es laguna de olas de miel de ojos verdes y fina piel.
Ella es tierra ella es agua ella es fuego de mi pecho. Ella es viento ella es lago ella es mi aliento , y a veces lo lamento.
Ella es primavera cuando sonríe, ella es ribera cuando suspira, ella es arena cuando respira.
Ella es noche cuando no está, no hay sonrisas no hay colores no hay brisas, ni sabores.
Ella es cristal ella es fría ella es esquiva y no me mira, …pero no me importa.”
Pobre Martín, está peor de lo que pensaba, apenas le ha mirado alguna vez y se ha cruzado con ella cinco o seis veces, las he contado, pero está perdido, sois necios los humanos.
Pero Isabel se aburre, el pueblo no es para ella, lejos de sus recepciones de sociedad y sus lujos de ciudad, la naturaleza no le va. Los humanos de ciudad enseguida olvidáis que pertenecéis a nuestra madre, la tierra, y que estáis a merced de la naturaleza, queréis someter todo a vuestra voluntad y no lo conseguiréis,…nunca.
Isabel está deseando irse y continuamente insiste a su padre para volver a la ciudad, Don Álvaro sabe que tiene que encontrar un buen esposo a su hija de 17 años, es el momento de hacerlo, tendrá que volver a la capital donde se encuentran la mayoría de los nobles.
– Maese Viento, Maese Viento, dónde estás.
– ¿ Qué quieres, Martín? Cada vez acudes a mí más alterado. Veo que esa muchachita no te ha sentado bien.
– ¿Es verdad que se marcha?, si apenas lleva unos meses…
– Cierto es. Para tu bien.
– No, no, no puede ser, que se marche. No lo soportaría…
– Sí lo soportarás y es lo mejor para ti. Esa muchacha solo te puede hacerte sentir un desgraciado, hazme caso, llevo miles de años viendo lo mismo.
– Me moriré sin verla, sin oírla, sin….,qué puedo hacer, qué puedo hacer…
– Yo te ayudaré a olvidarla con mi primo Tiempo, lo hemos hecho muchas veces. Tú eres un humano y como tal la olvidarás en su momento.
– Pues no puedo soportar la idea de que marche, Maese…
“ Y seguirás tu camino como si nada sin saber el espino en mi corazón olvidada, sin sacar de mis entrañas el hierro de hollín, que roe como alimaña muy dentro de mí.
Y te irás sonriendo con tus labios rosa tan serena y hermosa como brisa silenciosa. Detrás de ti yace lo que tu iris deshace, que sin sangre reposa con la pena de esposa.
Y te irás tranquila a tu lejana ciudad, que aquí triste sigila viviré en oscuridad. Sin ver tu esbelta figura modelada en mazapán, me hundiré en amargura en mi viejo diván.
Y marcharás sola con tu voz tierna, sobre la enorme ola de mi espera eterna, y tu dorado cabello que no tocar siento, caerá por tu cuello lejos de mi aliento.
Y son norte tus ojos de tu mirada sumisa y tus labios alojo del cielo tu sonrisa, con tus verdes pupilas en paja me deshilas y me sacas la calma y hasta toda mi alma.
Y toda tu hermosura es mi dolorosa conjura y toda tu ligereza en mi corazón pesa. ¡Ay, de aquel día que me cruzaron tus ojos, con inocente felonía y me hicieron despojos…!”
Cuando se preparaba todo para la marcha de la familia de Isabel, sucedería algo que cambiaría todo, absolutamente todo.