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Maese Viento, así que el mañana ya no lo es, pues es hoy, por favor, amigo mío, sigue contándome la historia de Culibillas, que me dejaste en ascuas…
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Qué amable te pones cuando quieres algo, humano, todos sois iguales…, unos ególatras,… sólo buscáis vuestro interés.
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Maese, no empecemos…, que tienes todo el invierno por delante para ponerte gruñón, venga amigo, sabes que sin ti en la montaña no soy nada…
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Pues calla y escucha, humano, pues sabes que no te sobra el tiempo…
5.La huida.
Y qué es lo más preciado de una vida humana, vosotros que apenas vivís en un breve suspiro, yo que todo lo veo con mi aliento de viento, siempre lo siento, siempre lo sé,… es el tiempo, es vuestro tiempo.
Efímero como la caída de una hoja, delgado como el rayo de luz que se cuela en el bosque, continuo como la onda de una lágrima que cae en el lago…, sois casi nada, los humanos, pero sin embargo…, … os siento.
Balaitous no cejó en su empeño de alcanzar el refugio de Culibillas, más bien lo contrario, el tiempo, el preciado tiempo esta vez corría a su favor pues los sitiados morirían de hambre y sed en lo alto de la montaña, por lo que se atrincheró esperando que la fruta madura cayera del árbol…
Desde el refugio rojo tras el júbilo de su primera victoria, luego se fueron dando cuenta de lo desesperado de su situación, no quedaba otra que esperar, mientras tanto, Culibillas se entristecía y languidecía al sentirse responsable de tanta destrucción, así que decidió escapar una noche, mientras todos dormían, para entregarse a Balaitous.
Esperó que el silencio se adueñara del refugio y cuando la noche se hizo espesa se acercó a la empalizada con intención de saltarla, y cuando estaba a punto de sobrepasarla notó que alguien le agarraba por detrás del hombro derecho, se volvió sobresaltada, y se encontró cara a cara con Arafita, su madre.
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Hija mía, no puedes hacerlo.
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Madre, por favor déjame marchar…, tengo que detener esto.
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Sé que estás perdida, ten paciencia. Pero tu destino no es lo que acabas de elegir…, ven conmigo que te tengo que enseñar algo…
Arafita la llevó hasta su estancia, rebuscó entre sus pertenencias que estaban apiladas en un rincón y sacó un pequeño cofre, luego se fueron a un lugar solitario donde nadie podía escucharlas.
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Esto te pertenece, es tuyo. Sé que ha llegado el momento, de que lo sepas…
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Qué tengo que saber, Madre.
Sacó del cofre un pequeño colgante con una pequeña piedra blanca redonda y se lo colocó en el cuello a su hija.
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Escucha con atención, hija mía. Pues solo una vez lo he de contar, así como tú lo harás con tu hija primogénita cuando llegue el momento;
Hace muchas generaciones el mundo era diferente a lo que hoy vivimos, los seres mágicos velaban por el bienestar de los humanos, y entre ellos estaban las tres fadas, hijas de la Luna, que eran las encargadas de mantener la felicidad y la armonía entre los humanos.
Pero un día un genio maligno envenenó a las Tres Fadas y ellas perdieron sus poderes, pues se hicieron humanas, y luego de sentir el Amor y la felicidad murieron por obra del mismo genio, Olivier, que trajo el dolor, la guerra y la peor de las pestes…, la codicia.
Pero el Amor de las Fadas, conocidas como las Tres Sorores no se extinguió pues tuvieron hijos, que quedaron al cuidado y la tutela del Basajarau, el ser mágico protector de los bosques, y los protegió y escondió de la ira de Olivier, que los buscó infructuosamente durante años y años para destruirlos, así que la lucha entre el Amor y la Codicia sigue a lo largo de nuestro tiempo.
Basajarau escogió a la hija mayor de cada Fada y le entregó un colgante con una piedra lunar y les contó que tendrían que hacer lo mismo con su hija mayor cuando llegara el momento, pues la transmisión del Amor se hace de madres a hijas, y será una mujer, hija de las hijas de las Sorores, quien acabará con el reinado de Olivier…
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No sé si serás tú esa persona, hija mía. Pero ha llegado el momento de que lo sepas. Somos descendientes de Nieus, la Fada del entendimiento y la humildad, por eso puedes hablar con los seres más pequeños y humildes, y por eso entiendes lo que nadie entiende…
Culibillas que estaba en silencio se abrazó a su madre.
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Madre, yo haré lo mismo con mi hija. Cuando salgamos de aquí, saldremos…, no sé cómo, pero lo haremos…, lo sé, ahora lo siento.
Pasaron algunos días y Culibillas tenía su corazón lleno de ilusión y esperanza, llevaba la cajita con la piedra lunar guardada en su bolsillo izquierdo, de nuevo su sonrisa florecía en sus labios pues el entendimiento le había vuelto.
Al tercer día tras la luna llena se ciñó un vestido blanco y se sentó en una piedra mirando las montañas que hay enfrente a la montaña roja.
De repente cuando el sol se aproximaba al horizonte en su nueva caída, un relincho se escuchó en toda la montaña, y por lo alto de la cresta de las montañas apareció un unicornio blanco al galope, que se detuvo en el borde de la roca que estaba justo encima de la empalizada. Todos los sitiados y sitiadores estaban maravillados por el animal, cuyo blanco resplandecía en la luz mortecina del atardecer.
Culibillas se subió rápidamente al unicornio, se giró hacia los sitiadores y gritó:
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Balaitous, ¡Balaitous!, ¿no queréis ser mi esposo?, ¿no queréis tomarme? Pues si tenéis hombría tendréis que alcanzarme, vuestros hombres no saben cabalgar ni a una sucia rata negra, no me atraparéis, ¡ni en cien vidas!
El unicornio empezó a andar desafiante por la cresta de la montaña, despacio, como mofándose de las tropas de Balaitous. Que encolerizado gritaba a sus huestes;
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A los caballos, ¡a los caballos!, sucios bastardos, ¡una bolsa de oro para quien me traiga la cabeza de esa zorra…!
Y salieron tras Culibillas, ella por la cresta de la montaña y sus perseguidores por el valle al pie de ella que se encamina hacia Formigal…
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