Y el ambiente en torno a Pablo y Marcia en el pueblo había cambiado, la prosperidad de la pareja no fue tomada a bien por muchos vecinos y a pesar que ellos ayudaban a todo el que lo necesitaba, y a sus espaldas Don Jesús, fue metiendo bulos e ignominias sobre las verduras que ellos cultivaban y su origen poco natural, a lo que la mayoría del pueblo estaba muy predispuesto a creer movidos por la envidia.
Y dejaron los vecinos de acudir a visitarles, y Marcia sabía de buen grado que era Don Jesús el responsable de lo que estaba pasando, a pesar de que él seguía pasándose todos los días a verla cuando Pablo no estaba, pero ella no le volvió a dejar entrar en la casa y le atendía desde la ventana sin salir, lo que irritaba cada vez más a un Don Jesús, que ansiaba el amor de Marcia y estaba decidido a conseguirlo como fuera, como todo lo que él deseaba, pues nada le importaba salvo él y su voluntad, y para ello pensaba destruir a Pablo llevándole a la ruina económica, creyendo en su ignorancia que los sentimientos de Marcia podrían cambiar si Pablo no tuviera recursos, y así tendría la oportunidad de conseguirla para sí, pues al no estar casada, utilizaría este hecho para tratar de disuadirla a hacerlo con él.
El ambiente en el pueblo era cada vez más hostil hacia ellos, ya les evitaban por la calle y apenas nadie les saludaba cuando se cruzaban, Pablo no podía entender nada de lo que pasaba y Marcia que lo sabía todo, lo callaba para no preocupar más a su marido.
Una noche de madrugada que Pablo estuvo fuera con el ganado, Don Jesús mandó al alguacil y a otros tres hombres a destruir el huerto a golpe de azada a lo que se prestaron con complacencia, movidos por el placer de la destrucción de lo ajeno, que tanto mueve a los seres humanos ignorantes y vacíos, no contentos con eso rociaron la tierra con sal para que no volviera a crecer nada. Marcia los vio con impotencia desde dentro de la casa de piedra mientras lo hacían, y aunque no podía reconocer los rostros, identificó por los andares y su corpulencia al alguacil Don Rodrigo, por lo que enseguida supo de la autoría del hecho, y no se atrevió a salir a defender el huerto temiendo daños mayores sobre ella y sus posesiones, así que en silencio presenció la escena de la destrucción de todo su esfuerzo y trabajo cuando estaba todo preparado para recolectar.
Al día siguiente llegó Pablo que al ver el destrozo entró corriendo al encuentro de Marcia.
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Marcia, ¡Marcia!. ¡Dónde estás por el amor de Dios…!
Ella salió a su encuentro con los ojos arrasados de lágrimas y se abrazaron fuertemente.
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Dime que estás bien. Mi amor. No soportaría que te hicieran daño.
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Estoy bien, estoy bien…, mi amor. Sólo son cosas materiales, no tiene importancia. No quiero que te separes más de mí, Pablo. Es sólo eso…
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Nos iremos de aquí, Marcia. No nos quieren. Volveremos a nuestra casa de la montaña, allí lejos de todo el mundo, y nuestro amor será la Resistencia.
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Sí, nuestro amor será la Resistencia. Pablo. Y estará por encima de todo lo demás, de este maldito mundo que no nos quiere…
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No necesitamos a nadie, Marcia. Seremos nuestra fortaleza y nuestro hogar, estemos dónde estemos nos tenemos el uno al otro.
Pasaron los meses, y la vida en la montaña pasaba apaciblemente, Pablo al estar más cerca del ganado permanecía más tiempo con Marcia, y ésta aprovechó para enseñarle a fabricar soluciones y emplastes medicinales, que él se lo tomaba como un juego y acababan la mitad de las veces cubiertos de hierbas entre risas. La felicidad era inmensa cuando estaban juntos y el tiempo pasaba muy deprisa.
Una mañana, que Pablo estaba agrupando el ganado se percató de una columna de humo muy grande cerca de donde estaba, salió corriendo, pues se temió lo peor, y efectivamente sus ameales estaban ardiendo por los cuatro costados, ya era tarde para poder apagarlo, pero lo peor fue que vio alejarse corriendo a Rodrigo el alguacil y a otros tres vecinos del pueblo ladera abajo.
Salió corriendo en busca de Marcia que estaba en la puerta de la cabaña viendo las llamas que se divisaban en todo el valle.
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Marcia, ¡Marcia!. Nos han quemado los ameales, ha sido ese mal nacido de Rodrigo, tengo que bajar al pueblo y denunciarle a Don Jesús, él hará justicia. Nos ha dejado sin tener sustento para darle al ganado para el invierno…
Dijo mientras se ponía una chaqueta y agarraba la horca de la paja que había soltado para ponérsela. Pero Marcia se abalanzó sobré él, y lo abrazó…
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No vayas, Pablo. Por favor, no vayas. Es lo que él espera.
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No entiendo nada, Marcia. Si es mi amigo y casi un hermano. Y se quedó mirando perplejo a Marcia.
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Ha sido él quien le mandó a quemar la paja, igual que fue él quien destruyó nuestro huerto del pueblo…
Pablo se sentó en una silla con gestos de desolación.
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No puede ser, Marcia. Que gana con todo esto…, no le hacemos daño ni le molestamos.
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Es la envidia, Pablo. Nos envidia como todo el pueblo que nos rechazó por ser diferentes…
Pablo comenzó a sollozar con las manos en la cara, -no puede ser, no entiendo que nos quieran hacer daño, Marcia.- Si siempre les hemos hecho el bien, jamás le hemos dado un motivo para esto.
El llanto de Pablo se volvió inconsolable, había visto la realidad que les envolvía, mientras Marcia le abrazaba fuerte contra su pecho para consolarle.
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No llores mi amor, por muy mal que vayan los cosas…, estaré siempre a tu lado.