Y Marcia no daba crédito a su dicha, por primera vez en su vida se encontraba feliz, satisfecha completamente, no sólo vivía con la persona que amaba con todo su corazón, sino que tenía un entorno social que le había acogido, como si fuera  su familia, una gran familia, pues con la novedad de la pareja recién llegada se fueron acercando durante días todas las mujeres del pueblo que como buenas comadres le hacían confidencias y bromeaban con ella, y compartían recetas de dulces y potajes con la que agraciar el estómago de sus maridos, así que se sentía como una más en el pueblo, la que fuera antes desterrada y maldita de todo contacto humano, aunque escondía sus hierbas y soluciones medicinales, no confiaba en que la gente pudiera entender su medicina, y no se arriesgaría a ser descubierta por aquellos que la buscaban y que estaban mucho más cerca de lo que ella pensaba.

Y Pablo seguía ejerciendo sus labores de pastor, que ahora al encontrarse  más alejado de los prados le obligaban estar más tiempo  fuera,  pero aun así junto a su esposa sacaba tiempo  para un gran huerto en la cerca junto a  la casa de piedra, que daba las verduras más grandes y sanas que se habían cultivado nunca en el pueblo, y entre las hortalizas destacaban los tomates, que nadie había nunca visto antes y Pablo repartía entre sus vecinos para que los probaran al mismo tiempo que les explicaba cómo se cultivaban.

Don Jesús no dejó de visitar a diario el hogar de Pablo y Marcia, pues secretamente se había enamorado de Marcia, por primera vez en su vida sentía algo más que deseo y lujuria hacia una mujer, para él era algo desconocido, nuevo, y buscaba cualquier excusa para acercarse hasta ella, y al ser el alcalde las encontraba fácilmente a diario.

Pablo veía como Don Jesús cada vez era más íntimo en su vida, más cercano,  lo sentía y quería como un Hermano, ese hermano que nunca tuvo, pero algo que no era recíproco pues el corazón de Don Jesús estaba lleno de egoísmo e interés por Marcia, y de envidia hacia Pablo, además de ser la persona encomendada por el obispo para encontrarlos y destruirlos…

Don Jesús presentía  que ellos podían ser la pareja que buscaba el Obispo de Ávila, pero no estaba dispuesto a delatarlos, pues ansiaba el amor de Marcia, aunque era una baza que podría usarla  en su momento.

Y nada era lo que parecía, Pablo y Marcia ensimismados en su amor,  creían que a su alrededor todo era bondad y belleza, creían ver amistad en sus vecinos, cuando lo que más sentían  era envidia, envidia de que sus verduras eran las mejores, envidia de los ameales de Pablo, que siempre alimentaban a su ganado mejor que nadie, envidia de su Amor mutuo que nadie tenía ni por asomo, y sobre todo, envidiaban su felicidad, esa felicidad que lo desborda y lo inunda todo, ellos envidiosos e ignorantes, de que la felicidad no está en las cosas ni en las personas,  sino está dentro de ti.

Y esa envidia envenenaba a los vecinos que sentían que unos jóvenes recién llegados lo hacían todo mucho mejor que ellos, y se sentían mejor que ellos  y no podían consentirlo, no podían soportarlo, y murmuraban a sus espaldas mientras por delante eran todo lisonjas y palabras bonitas…

Tenían una vida relativamente próspera, pues sacaban suculentos ingresos de la venta de sus verduras en el mercado de la ciudad, que hasta el Marqués de la Adrada  mandaba a su lacayos a comprarla, pues se había aficionado al sabor de los tomates, pagando generosas sumas por este manjar tan exquisito.

Esto hizo una revolución en el pueblo, pues todos cultivaron tomates, viendo el  negocio que se abría ante ellos, aunque ni por asomo podían competir con los de Marcia y Pablo, aun siendo las mismas semillas, ellos no poseían su conocimiento de la naturaleza y no estaban conectados con Madre Tierra, lo que aumentaba la envidia y el rechazo de los vecinos que poco a poco iban dándoles la espalda.

Un día Don Jesús aprovechando que estaba fuera Pablo se acercó hasta la casa de piedra  aprovechando que Pablo no estaba. Abrió la cancela y entró hasta la puerta de la casa de piedra a la que llamó con los nudillos.

  • ¿Quién anda ahí? Preguntó Marcia.

  • Soy yo, Don Jesús, el señor alcalde.

  • Pasad don Jesús, sois bienvenido siempre. ¿Qué os trae por aquí?

  • Buenos días, Marcia. Sólo era saber de vos. No paráis de trabajar y me tenéis preocupado, una bella dama como vos os merecéis mejor vida que la de una campesina.

  • Tengo la vida que me gusta, Don Jesús, no deseo nada diferente.

  • Sois muy bella e inteligente, Marcia. ¿No os gustaría una vida más relajada con lujos y joyas sin tener que estar todo el día hincando las rodillas? Quizá podríais estar con alguien de más alcurnia y mejor posición social. Estuve buscando en las partidas de matrimonio y no tengo constancia que Pablo se haya desposado con vos, eso sería un pecado muy grave.

  • ¿Don Jesús, y eso realmente os importa, que esté casada o no con Pablo?

  • Es por vuestro bien, Marcia. Me preocupáis mucho, os tengo gran aprecio y si llegara a oídos del obispo que vivís en pecado podría ser peligroso para vos…, está buscando herejes y me dijo que sospechaba que en la zona había una pareja joven que podrían serlo…

  • ¡Don Jesús!, me estáis diciendo que nos vais a delatar a la inquisición, ¿eso es lo que me decís?. Dijo Marcia mirando a Don Jesús con furia mientras se acercaba hacia él con la mirada encendida.

  • No, no, por dios. Marcia. Yo os aprecio mucho, muchísimo. Jamás os haría daño. Dijo mirando el suelo y bajando la voz para evitar la furia de Marcia. -Haría lo que fuera por vos, sin dudarlo. Hasta daría mi vida, si fuera necesario- Levantó la mirada con aire compungido y suplicante mientras Marcia se ablandaba en su expresión.

Sólo quería preveniros, y que sepáis que yo estaré siempre para ayudaros, incluso si alguna vez decidís dejar esta vida de campesina, no me lo toméis a mal, por favor, y no le digáis nada a Pablo que es para mí como un hermano, y sé que se preocuparía mucho si supiera lo del obispo…

  • Don Jesús…, si habéis venido con buenas intenciones no os lo tendré en cuenta,…por ahora. Dijo Marcia frunciendo el ceño y relajando la postura.

  • Marcia, sois la mujer que más aprecio en este mundo y os protegeré de todo lo que os pueda hacer daño. Sólo quiero que os quedéis con eso en la conversación de hoy.

  • Bien, Don Jesús. Pues esta conversación se ha acabado, dejadme seguir con mi cometido que me estáis retrasando y os agradezco vuestro aviso. Por favor, dejadme.

  • Pues buenos días, Marcia. Que tengáis un buen día.

Y cerró la puerta tras de sí, quedando Marcia pensativa y con la mirada grave, pues ella había captado mucho más de lo que le había dicho Don Jesús, y lo veía todo muy claro, ya sabía quién era el que los estaba persiguiendo, y quien estaba encargado de la tarea de buscarles,  y esa persona para colmo de males la pretendía al estar enamorado de ella.

 Un escalofrío cruzó su cuerpo mientras el sudor frío le tocaba la frente, sus visiones le habían avisado del mal que tenían muy cerca, y lo peor era, que no podía contárselo a Pablo, pues se querría marchar y Don Jesús podría detenerlos o perseguirlos  si se daban a la fuga, pero de momento ella sabía que no los delataría, pero  la situación era muy complicada.

En poco rato, llegó Pablo a la casa de piedra.

  • Buenos días, mi amada y bella niña de mis sueños. Le dijo agarrándola por la cintura y levantándola en el aire como si no pesara nada, enzarzándose en un beso apasionado.

  • Mmmmm, eres tan tonto, mi lindo chico.

  • Qué tal tu día, amor.

  • Estuvo aquí Don Jesús. Vino a verme.

  • Y quería algo en especial…

  • No, era para saber si necesitábamos algo. Se preocupa mucho por nosotros.

  • Ese Don Jesús es una persona maravillosa, es el hermano que nunca tuve.

Marcia bajó la vista con el comentario de Pablo, mientras ocultaba un gesto de disgusto y tristeza.

Y así es, que la historia empezaría a cambiar desgraciadamente para los dos, y Pablo ignorante de todo, se encontraba con el agua al cuello y su “hermano” sería  el gran protagonista de lo que les iba a suceder.