· “ Maese Viento, amigo, cuánto te eché de menos,…de nuevo.
· Siempre me echas de menos, humano, ya sabes que estoy en todas partes, son tus sordos oídos los que no se percatan de mi presencia.
· Lo sé, Maese, que aquí en la montaña estamos más cerca de nosotros mismos, de nuestra esencia y por eso te puedo entender…
· Bueno, Humano, hoy estoy cálido y de buen humor, que pretendes de mí, dilo de una vez o calla si no quieres romper el silencio…
· Me prometiste que me contarías más historias del Enano de Gredos, que habitó estas montañas antes de quedar petrificado en lo alto del circo de Gredos…
· Pues si es tu voluntad, escucha humano con tus oídos sordos, pues sólo te lo contaré una vez…
VI . Don Diego de Cáceres, el «maranus»
Y el cielo tapado de blanco dejaba escapar débiles copos de nieve, una gran capa inmaculada lo cubre todo, las ramas de los árboles se doblan cansinas por el peso de la nieve, está todo tranquilo, como adormecido, pero esta vez no del todo, cruzando un claro del bosque hay alguien, acercaros conmigo, una vez más…
Es un hombre cubierto con una saya marrón y con la cabeza cubierta con una capucha para protegerse del frío, sus ojos negros muestran cansancio, lleva mucho tiempo andando, su barba negra y descuidada está cubierta de nieve, sus pasos son cada vez más difíciles, la nieve blanda recién caída le hacen hundirse hasta las rodillas.
Avanza penosamente apoyado en un gran cayado, asiéndose a él con ambas manos para no caer, en su espalda un zurrón, va jadeando y a su paso va dejando un gran surco en la nieve, en sus ojos la expresión del miedo y la desesperación…
Se detiene y mira hacia atrás, agudiza el oído, escucha lejanos ladridos, un gesto de preocupación se detiene en su ceño, aprieta la marcha, pero la nieve le hace caer, una y otra vez, se levanta y sigue, los ladridos cada vez más cerca, pero no se rinde, con gesto de determinación avanza golpeándose con las ramas, arañándose el rostro, parece que lucha por su vida…
Los perros están detrás de su rastro, si no le han alcanzado es por la dificultad de andar por la nieve blanda, ya los ve a los lejos, son cinco perros, los han soltado para que se alimenten de su carne…
Trata de correr, es imposible, jadeante se queda doblado mirando cómo se le van a venir encima, pero en un último impulso de desesperación, se da la vuelta y empieza a correr, pero a los pocos metros delante suya aparece un perro, no, no es un perro, es un lobo blanco con los ojos azul hielo…, el hombre comprende que no tiene escapatoria, se hinca de rodillas, tira el cayado, y se queda esperando la muerte terrible que se le avecina…
“· Maese Viento, querido amigo. Es todo tan hermoso, el reflejo de las nubes sobre las lagunas, el cielo azul recortado por las afiladas cumbres, pero… me siento vacío, no puedo decir que la alegría haya habitado en mí desde la muerte de Isabel, pero siempre siento un gran hueco en mi pecho.
· Martín, o prefieres que te diga Enano de Gredos…,
¿un hueco en tu pecho?
· Sí, Maese. Siento un gran vacío que no sé cómo explicar.
· Ese vacío que sientes, amigo,…se llama soledad.
· Es cierto, Maese, tú siempre lo sabes todo, me siento sólo…, tan sólo.
· Los seres humanos no estáis diseñados para estar solos. Pero sabes, Martín, las soluciones aparecen cuando reconoces tu problema, nunca te podrás ayudar ni nadie lo hará, si no sabes cuál es…
· No volveré al pueblo, Maese, ya sabes que Don Gonzalo puso precio a mi cabeza, y no cejará hasta matarme, pues quiere borrar su culpa por la muerte de Isabel, y yo soy el único que sabe lo que pasó…,tú me lo contaste.
· Hay otras soluciones, Martín, todo tiene su tiempo, y no es casualidad que hoy me hayas preguntado por tu sentimiento, agudiza el oído, amigo mío.
El Enano se bajó su blanca capucha y se puso a escuchar, a lo lejos percibió un gemido, parecía como un llanto, lejano y distante, se volvió a poner la capucha y se dirigió rápidamente hacia el gemido, por el margen derecho de la laguna superior, pues se encontraba en un paraje con cinco lagunas, que en verano es un sitio ideal para descansar junto a sus aguas.
Corría pasando por cada una de las lagunas, parando de vez en cuando para agudizar el oído y buscar el origen del llanto, y cuando llegó a la penúltima laguna, que es la más pequeña y escondida vio un bulto blanco…
· Pero Maese, si es un pequeño lobezno, y está saltando de alegría al verme, es encantador, Maese, sus ojos son azules hielo…
· Así es, Martín, ahí puedes tener la solución de tu sentimiento…de soledad.
· Es un lobo albino, lo habrán abandonado, pues en verano se ve desde muy lejos en estos pardos parajes, ¿qué nombre le pondremos?, Maese.
· Tú sabrás…, Martín, va a ser tu compañero a partir de hoy…
· Pues le llamaré Brincalobito, pues no para de saltar y saltar, y de lamerme la cara,… te tendría que haber preguntado antes por lo de mi sentimiento, Maese…
· No creas que la respuesta habría llegado antes, Martín, todo tiene su tiempo, la vida te lleva a tu sitio, pero siempre en su momento…
· Gracias, Maese Viento, viendo saltar alegre a Brincalobito creo que has resuelto dos problemas a la vez…”
«Y el hombre en la nieve de rodillas con las manos juntas entona en voz baja una oración, esperando su final.
El lobo blanco pasa junto a él ignorándole y se coloca amenazante de frente a los cinco perros que están a punto de alcanzarle, estos se detienen indecisos, pues el lobo es de gran tamaño, pero el perro alfa empieza a avanzar lentamente, decidido a lanzarse contra el lobo.
De repente, detrás de un árbol aparece una pequeña figura cubierta de una túnica blanca, se coloca delante de los perros, los mira fijamente, abre los brazos lentamente en cruz y susurra unas palabras en voz baja al perro que estaba más avanzado, éste se calma, mira a los otros cuatro que estaban quietos, casi petrificados, se dan la vuelta y se vuelven por donde habían venido sin ni siquiera ladrar.
En ese momento el hombre se desvanece, derrumbándose sobre la nieve…