Y de repente allí estaba…, en la subida del Telera, a mis pies, pequeña y blanca, tan hermosa, con sus falsos pétalos de nieve mirando al cielo, color de pureza, color de montaña, de sueños de amores eternos perdidos en el dolor…, Edelweiss.
Llevaba años buscándola pues una promesa me traería su historia…,Maese Viento…
  • Maese Viento, por fin la encontré. Edelweiss, la flor de nieve…, aquella que…,tiene sus pétalos blancos como la luna,  su polen amarillo como polvo de estrellas, sus estambres azul como el hielo y su corazón cálido que derrite la nieve al nacer…. Me lo prometiste, me contarías su historia completa…
  • Vienes hoy con energía, humano, creía que ese recuerdo lo habías despreciado, como otros muchos…, no eres tan desmemoriado como necio, ¿Y qué deseas esta vez?
  • Todo, lo quiero todo, Maese. Hace años me dejaste con la miel en los labios, me contaste como Alfred murió al buscar la flor del Tártaro, flor que le había pedido Edelweiss para desposarse con él…
  • Pues será historia triste y dura una vez más, acaso no prefieres otra de mejor talante, humano, ya sabes de su trágico final…
  • Maese…, no me enredes más, dame lo que me prometiste, y si me entristece, es mi problema, no quiero ignorar la realidad, por muy dura que sea…
  • Pues si quieres el conocimiento, aunque éste te cause dolor, lo tendrás, humano, has cerrado tu elección, escucha y calla, pues ya sabes que sólo te lo contaré una vez…

1. Bluma, la madre.

Todos me conocéis, sabéis quien soy, pero no lo sabéis.

Creéis que Yo soy quien silva en la reja de la ventana, quien te roza los cabellos, quien te corta  la cara en la fría mañana,…el viento.

No, soy mucho más, mucho más que el simple viento, debes saber que cada vez que susurras, yo estoy ahí, cada vez que suspiras, que gimes, que comes, que hablas, que respiras… yo lo siento, yo lo sé.

Y de todo lo que ocurre soy testigo,…humano, escucha, si quieres escuchar, pues tienes oídos y no sabes dónde están, no están en la cabeza,

están en tu pecho, mira, si quieres ver, pues tienes ojos y en tu cara no están…

Mi palabra es promesa, firme y permanente, pues  siempre estoy.

Y de una historia que hace mucho concurrió en las montañas os voy a relatar…

Hace mucho, mucho tiempo, en la ciudad cerca de las grandes montañas, vivían tres hermanos separados por un año de vuestro tiempo…, Albert, Aldous y Edwin.

Albert el mayor, era un hombre introvertido y lo que vosotros decís muy responsable, sigiloso, callado y sensible…

Aldous era muy práctico, no movía gesto que no sacara provecho de él, preocupado de las cosas y su tener, de poseer lo que nunca se podría llevar a la tumba…

Y sin embargo, Edwin, el menor, era lo que diríais en vuestro lenguaje, un vividor; despreocupado, borracho, mentiroso y  mujeriego.

Los tres vivían solos en la casa que sus padres le habían dejado al morir, que estaba a cargo de sus tíos, que no tenían hijos.

En esa misma ciudad, convivía cerca de ellos, la mujer más hermosa de las montañas…, Bluma.

Bluma era risueña, de ojos de azul cielo de mayo, dientes perlados y cabello rizado de sol…,todo hombre quedaba prendado de su frescura, pero sobre todo Albert estaba perdidamente enamorado de ella. Albert era de complexión fuerte y ojos negros y profundos, pero su dificultad para decir las palabras adecuadas en el momento justo, le hacían persona reservada y reflexiva, poco agraciado para conquistar mujeres, pues las palabras son el medio para llegar a ellas.

En cambio Edwin era locuaz, hermoso, con sus largos cabellos color fuego,  su permanente danza con las palabras, sus mentiras descaradas, y su carácter divertido, le hacían triunfar  entre las mujeres, y como era de suponer, Bluma estaba perdidamente enamorada de él…

Edwin sabedor de aquello, no perdió la oportunidad y rápidamente enredó a Bluma entre sus brazos, prometiéndole…, todo lo que las mujeres quieren escuchar, y mucho más…,sois necios los humanos y las humanas, mucho más…, pues desdeñáis a quien os ama y amáis a quien sólo os desea…

Edwin seguía con su vida disoluta y disipada, bebiendo de la copa de Bluma, que cada vez estaba más perdida por él…

Albert era conocedor de esta circunstancia, y sufría en silencio su desamor, viendo cada día como lo disfrutaba quien no lo apreciaba, ni lo merecía…

 “  Desde mi balcón, la veía,

      con su vestido azul, cada día

      doblar la esquina,

       cruzar la calle, la veía

caminar con sus andares, la veía

su rostro soñador, sus garzos ojos,

su sonrisa pícara…, la veía.

 

Desde mi balcón, la veía,

Regalar risas…, a las golondrinas,

abrir soles…, de miel y dulce,

acariciar nubes…, de algodón y plumas,

esparcir primavera…, de rosas y lilas.

En cada paso.

 

Se acercaba a mi portal, la veía,

pararse cerca, la veía,

meterse en él , la veía,

…y se me paraba el corazón.

El susurro cálido de su voz,

lo oía,

y su perfume,

de rosas y sándalo,…lo sentía.

 

Desde mi balcón, la veía,

salir de mi portal, cada día,

sonriendo a mis sombras, bien cogida,

…de otro hombre.”

 

Los días pasaban susurrantes en el tenue olvido del desamor, Albert contaba las deshoras deshojadas en el reloj de la vieja torre, y Bluma perdida estaba de las sonrisas y las palabras de su dulce embaucador, que no perdía ocasión de visitar huertos ajenos…

Aquella afición iba a traer la desgracia a esta historia, de desamor, pues un día en el que huía de un enfurecido marido, sus bucles de cabello rojizo, sol atardecer, se enredaron en un balcón y  se precipitó cabeza abajo, y como  el volar no estaba entre sus habilidades humanas, así que pereció…, sois necios los humanos.

Aquella muerte tan desprovista de honra, trajo las sombras y las nubes a la mirada de Bluma, que ciega de dolor no escuchaba la voz de nadie…

Bluma se sumió en la más oscura de las noches, y sus ojos azul cielo se volvieron grises…, se vistió de un hábito negro, se cortó su cabellera dorada y se sumió en el silencio…

Albert soportaba en silencio el doble dolor, de perder un hermano y ver como la mujer que amaba se sumía en la más terrible de las tinieblas…

Con afán se esmeraba en consolarla con palabras dulces y tiernas, y todos los regalos que le llevaba se quedaban marchitos en su portal…

Pasaban los días, los meses, los años, en la profunda letanía del duelo que no pasa…, y Albert que no cedía en su amor infinito por Bluma acudía todos los días a intentar consolar a Bluma, si bien el resultado era siempre el mismo…, nada.

El corazón de Bluma se había marchito precozmente, en un amor muerto…,y rechazaba cada día un amor verdadero…,sois necias las humanas.