Y entonces decidí que iría al Elbrus, la montaña más alta de Europa, aquel volcán del Cáucaso ruso que con más de cinco mil metros encumbra los cielos europeos…
Me uniría a Josechu, Jesús, y al sobrino de Josechu, Jesús( Jesús joven), que lo intentaron el año pasado en una expedición de Villanueva de la Serena que no pudo llegar por el mal tiempo, este año repetirían y Eloísa de Cáceres y yo seríamos los novatos en esta ascensión.
Faltaban tres meses, pues Junio era la fecha elegida, y la hoja de ruta para prepararnos tendría algunos retos, Josechu propuso subir al Morezón de Gredos desde Candeleda, más de dos mil metros de desnivel y 30 km, nuestra primera toma de contacto de los cinco del Elbrus…
Desde Villanueva también vendrían a este “paseo”, Jose y Noemí, y allí en Candeleda nos encontraríamos con nuestro amigo Madrileño Alejandro.
El plan era subir desde Candeleda al Morezón para luego volvernos hasta el refugio de Albarea donde dejaríamos algunos coches, para ahorrarnos seis kilómetros de bajada pues se nos haría de noche.
A la cinco menos diez de la mañana pasó a mi casa de Villanueva de la Serena Jesús el Joven a recogerme, y nos dirigimos a Trujillo donde a las 5.45 horas quedamos con Eloísa para recogerla, en el coche de Josechu irían los demás Villanovenses.
Paramos en un bar de carretera de cuyo nombre no quiero ni acordarme en Almaraz a desayunar, donde nos recibió una vez más con su cara de piel encartonada y ajada, ese señor de edad faraónica que vende los tickets del desayuno que está todos los días y a todas horas en su taquilla, y hoy le hizo un esbozo de sonrisa a Jesús, que casi nos espanta de terror a los que estábamos alrededor…
Le tuve que meter prisa a Jesús con su relajación tertuliana matinal en el desayuno, pues nos esperaban Alejandro y 30 km de ruta en Candeleda.
Llegamos a Candeleda donde llevaba media hora esperándonos Alejandro, nos bajamos junto al puente Viejo y los tres coches con sus conductores siguieron hasta el refugio, dejarían dos coches allí y se volverían los tres conductores en el coche de Alejandro.
Eran las ocho menos cuarto de la mañana, empezamos a andar tranquilamente hasta el punto de encuentro, sería el convento de la Concepcionistas pues poco más arriba está la pista que lleva al puerto de Candeleda, una hora estuvimos esperando luchando contra el sueño y la relajación, puestos al calor del sol matinal.
Aparecen por fin a las nueve, y en quince minutos empezamos a andar tras la pertinente foto de inicio, el día será largo.
Hace tres años Josechu, Alejandro y yo subimos hasta el Puerto de Candeleda, así que ya sabía lo que me esperaba, me puse en “modo avión” nada más pisar las primeras cuestas que son muy duras y en asfalto, el “ modo avión” es agachar la cabeza y subir paso a paso, sin mirar a los lados para no perder el ritmo, y hablar lo menos posible para ahorrar energía…
Tras un rato de gran esfuerzo, llegamos a una curva donde sale un camino de tierra con un cartel que habla de la “Trocha Real” al puerto de Candeleda, aquí nos adentramos en bosque ya llaneando y empezamos a disfrutar de las vistas a las cimas de Gredos sin nieve, el color de la mañana nos acaricia en una primavera adelantada, pues este año no tuvo invierno…
El sitio es especialmente hermoso, la naturaleza exuberante, te rodea de bosques, arroyos y el sonido del río rugiendo de fondo, el camino empieza a descender en busca del río y tras cruzar un bosquete de enebros nos encontramos con un puente de aspecto románico, donde nos reagrupamos y comemos algo, ahora empieza lo duro, las rampas que cruzarán el bosque de pinos y robles hasta el chozo de la Hiruela Bajera.
Me coloco otra vez en modo avión y me dejo caer al final del grupo, no hay prisa, queda mucho día por delante, el camino serpentea luchando contra la pendiente mientras trato de no pisar a las procesionarias que avanzan en fila india, salimos a un cartel que indica el refugio de Albarea, por donde tendremos que volver a la tarde…
Seguimos por la pista que sube, la pendiente sigue muy intensa, Eloísa no está acostumbrada a llevar mochila grande, además lleva dentro sus botas de montaña nuevas que pesan bastante, pero no le recomendamos que se las ponga todavía, en las pistas forestales se va mejor en zapatillas…
Hace calor, voy justo detrás de Eloísa que lo está pasando mal, pero sufre en silencio, Alejandro se para a arreglarse un problema en el zapato y quedamos atrás los tres, y en el “modo avión” estoy a punto de salirme un par de veces de la pista en las curvas, pues me miro tanto los pies que no veo el camino,…la verdad, la pendiente es muy fuerte.
Llegamos por fin al final del bosque, aquí en la Hiruela Bajera hay un chozo tradicional a modo de refugio, que es presa de mi cámara de fotos…
Hemos superado las peores cuestas, pero nos falta muchísimo, llevamos mil metros y nos faltan otros mil, comemos un poco y seguimos ya sin bosque entre los piornos, la senda se estrecha pero bien señalizada asciende con menos pendiente.
Aquí sin bosque vamos descubriendo el rostro de las cimas del circo de Gredos que nos miran desnudos de nieve, privados de su capa virginal invernal, el calor de hoy puede ser muy intenso…
Seguimos en el mismo plan de ruta, Eloísa, Alejandro y yo estamos en la cola separados del resto del grupo que marcha a más velocidad y de vez en cuando se paran para reagruparnos y comer algo.
Vemos el camino cortado con un tronco y sigue a la izquierda, es un pequeño rodeo que nos permite ver las vistas de todo el valle del Tiétar, con sus vegas verde intenso que contrasta con la sequedad de los prados que estamos ascendiendo en la montaña,este año está siendo muy seco.
Tras pasar el pradito de la Hiruela de en medio, encontramos los esqueletos de los piornos quemados que nos facilitan el paso hasta llegar al hito de la Hiruela Cimera.
Pasan las horas, vamos guardando fuerzas, las paradas las hacemos con tiempo para tomar frutos secos, barritas y otros alimentos, me comenta Alejandro que le ha estado a punto de dar varios tirones, Jesús dice que a él también, por lo que saco las pastillas de magnesio, y es el momento “pastillero” del día, nos tomamos magnesio y sales minerales, aunque hubo quien no quiso o no se atrevió a “empastillarse”…
Estamos en la fuente, rellenamos agua, yo no lo hice pues llevaba 4 litros para hacer peso en la mochila como entrenamiento, ya mismo encontraremos en el Puerto de Candeleda.
En el Puerto de Candeleda hay grandes hitos que nos sirven de referencia, nos quedan 300 metros de desnivel, pero hay que llegar al refugio de Rey y luego tras pasar el cerro de la Cagarruta afrontar la última subida.
Empezamos a ver algo de nieve sobre los prados amarillentos, el calor está terminando con la poca nieve que queda, ganas teníamos de pisarla, la subida no se me ha hecho demasiado larga para las seis horas que llevamos, hemos ido a un ritmo soportable sin parar demasiado tiempo.
Eloísa se coloca sus botas nuevas, pues ya hay que pisar nieve y quedo otra vez más atrás, pues es el precio que tiene hacer fotos. Las ruinas del refugio de Rey se asoman a recibirnos, en un recuerdo del pasado, las ruinas desprendidas en bloques nos advierten de que todo tiene su momento y que todo pasa…
Aquí nos abrigamos pues Maese Viento es frío, y nos detenemos a tomarnos un bocadillo, yo no suelo tomar bocadillos en las subidas pero hoy he traído un arma secreta…, el salchichón casero que me regaló la Vicenta de mi pueblo de Entrerríos, que hizo deleitarnos a todos los que lo probamos, sobre todo a Jesús, muy amante de versiones caseras…
Nos queda el último empujón hasta la cima, buscamos la forma de no tener que subir el Cerro Cagarruta, pues luego hay que bajar, así que tiramos por la derecha por la senda desbrozada, aquí empieza a haber más nieve por fin, y nos tenemos que parar a ponernos los crampones para no resbalarnos, la capa muy blanda de arriba es sobre hielo y cuesta arriba nos dificultaría el avance…
Tardo poco en ponérmelos y me está dando frío, pues Maese Viento atiza con más ganas de lo que habían pronosticado, empiezo a andar solo, voy siguiendo huellas y llego a una llanura con una rampa, me espero a que vengan los demás, quiero hacer fotos de la subida del grupo, aparece Alejandro primero y vemos a lo lejos unos esquiadores que bajan, y a otros montañeros que van subiendo al Morezón un poco más adelante.
Queda la última rampa, bastante dura, pero al tener los crampones nos podemos permitir el lujo de ir por lo más empinado sin problema, una vez más se rompe el grupo y esta vez quedamos Alejandro, Eloísa Noemí y yo, el hacedor de fotos…
Me encuentro genial, el salchichón mágico de la Vicenta ha hecho maravillas, podría estar subiendo otras ocho horas…, bueno, no es para tanto, dejémoslo en seis…
La cima a nuestro alcance, parece increíble, llegaremos todos sanos y medio enteros…
Hemos coincidido con un grupo de cuatro montañeros con los que intercambiaremos fotos, no hace viento, es una suerte poder disfrutar del circo de Gredos con todas las cimas de frente y con mucha más nieve de la que esperaba, Gredos siempre sorprende…,y reconforta.
Son las cinco y cuarto de la tarde, tendremos que bajarnos, aunque no nos apetece, nos quedan unos doce kilómetros de vuelta y aunque llevamos frontales, de noche se avanza mal, queremos llegar al Chozo con luz pues allí empieza la pista forestal, siempre más fácil de andar.
El sol no dejó hacer muy buennas fotos del Almanzor al situarse sobre él, ahora lo tenemos a la espalda, bajamos directamente al Cerro Cagarruta, con los crampones sobre la nieve parece que volamos…
Estamos cerca del refugio del Rey, nos quitamos los crampones, la nieve se acaba, comemos de nuevo, la bajada será muy dura.
Tratamos de ir deprisa, pasamos los prados antes del Puerto y vamos apretando el paso, la noche nos persigue…
Nos quedamos Alejandro y yo reponiendo agua en la fuente, nos esperan un poco más adelante, las sombras avanzan pero volvemos a salir al sol al encarar las Hiruelas.
Aquí cada uno va a su ritmo, me quedo en soledad, el color del sol crepuscular baña todo de un tul de irrealidad, parecen imágenes escapadas de otro mundo, el pardo cobrizo de la tierra se apelmaza en nuestros pies arañados por los brazos esqueléticos de los piornos quemados, mientras en nuestros ojos se descuelga el verde intenso de la vegas del Tiétar competiendo con los azules del cielo y del pantano de Rosarito que yace explayado lejos de nuestros dedos al borde del horizonte…
El sol crepuscular se resiste a morir, va declinando rozando las cumbres de Gredos que descienden en nuestra dirección, agarrándose a los riscos, rozando las rocas, desparramándose por las laderas del valle que cae a nuestros pies, y ahogado en un susurro se silencia su voz de repente, pues el sol habla sobre nuestra piel, e inmediatamente tras desaparecer tras la montaña, el rugido del río parece ascender desde el fondo del valle, pues estaba sofocado por la inmensidad de la luz crepuscular del sol…
Y el Viento inmediatamente empieza a revolverse inquieto en las sombras como hace en todos los ocasos…
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«Maese Viento, sé que estás hoy de buen humor, no me lo niegues, tu brisa es cálida y trémula…
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Y a ti qué te importa mi humor, humano. Estoy como tengo que estar…
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Maese, me debes una…
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Qué quieres que te deba, humano, yo no tengo deberes con vuestra especie.
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Recuerda, hace dos años ascendí en solitario por la Brecha de Rolando hacia el Taillon en Pirineos, y me prometiste que me contarías quién es la Dama de las Nieves, pues me dijiste que podría acabar en sus brazos…
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Creí que tu necia y corta memoria había desdeñado ese recuerdo, pues abre tus sordos oídos y escucha, humano, que no lo repetiré…
https://pisandocumbres.com/en-los-pirineos-franceses2-cruzando-la-brecha-de-rolando-hacia-el-taillon-sobre-la-delgada-linea-de-la-vida-y-la-muerte-la-soledad-de-maese-viento/
Por si quieres leer la entrada donde se menciona por primera vez a la Dama de las Nieves, aunque son entradas totalmente independientes.
Los ojos de Marguerite.
Todos creéis que me conocéis, pero no lo sabéis…, no tenéis ni idea.
Creéis que Yo soy quien arranca las hojas en otoño, el que levanta el polvo que te hace cerrar los ojos, el que hace temblar las rejas de tu ventana con furia…
No, soy mucho más, mucho más que el simple viento, debes saber que cada vez que susurras, yo estoy ahí, cada vez que gimes, que comes, que hablas, que respiras…, yo lo siento, yo lo sé.
Yo soy el que te seca las lágrimas cuando lloras, y el que te llena el pecho cuando suspiras…, sé todo de ti y de cada uno de vosotros.
Esta vez os enseñaré una historia que sucedió hace poco tiempo, hasta para vuestras cortas memorias, venid conmigo y mirad…
Dos figuras humanas se debaten en la furia de mi ventisca, luchando por sus cortas vidas…, nunca entenderé vuestra locura de exponer inútilmente la vida, sois necios los humanos…
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Marguerite , no me sueltes por favor…,¡ no me sueltes!
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No te preocupes, yo te guiaré…confía en mí.
Mi furia arrecia cada vez más, no podían ver prácticamente nada, el polvo blanco helado les envuelve , el frío era insoportable, habían dejado la cuerda atrapada en el piolet para bajar una pared de hielo, ahora la única forma que tenían de no perderse era ir agarrados el uno del otro.
Pierre estaba aterrorizado, su iniciación en el alpinismo era demasiado peligrosa, nunca creyó que tendría que luchar por su vida…, pero confiaba ciegamente en Marguerite, ella le tenía hechizado con sus ojos, esos ojos color azul de mar intenso, de mar calmo en un día soleado de verano. Esos ojos le transmitían paz y excitación, seguridad y riesgo, ternura y bravura, templanza y locura, esos ojos que le atrapaban y que cuando se clavaban en los suyos, el tiempo se paraba y un universo nuevo y desconocido se abría de repente para él…, eran sus ojos de Marguerite,…los ojos de Marguerite.
Tras el primer beso le había prometido que le iniciaría en su mundo de la nieve, de las montañas, y él eran hombre urbano y nunca había pisado la montaña, pero por esos ojos…, y tras unas pocas salidas de montaña buscaron algo más intenso, más difícil, porque esos ojos se lo pedían, no hacía falta que sus labios hablaran, y allí estaban ambos en el lugar que vosotros llamáis Pirineos, cerca del gran monte de caliza, cerca del Monte Perdido, luchando por sus humanas vidas…
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Mejor agárrate a mi arnés, Pierre. Necesito las manos libres, porqué tuviste que olvidar en el coche los malditos cordinos…
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Marguerite, no me sueltes…, tengo miedo, Marguerite…, mejor no me sueltes…
Siguieron avanzando, con mucha dificultad, de repente escucharon un crujido enorme, el suelo empezó a temblar, estaban sin saberlo en una cornisa de nieve que se desprendió, Marguerite cayó y se quedó agarrada de una mano de Pierre colgando en el vacío, balanceándose lentamente.
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Marguerite, Marguerite, ¡Marguerite!, no, Marguerite…¡No!, ¡por favor!,¡Marguerite!, ¡no me sueltes!, ¡No!
Y Pierre se quedó mirando esos ojos de azul intenso que tanto amaba, y entonces vio en ellos desesperación, en esos ojos que le miraban fijamente suplicantes mientras dedo a dedo se iba escurriendo de su mano, y luego vio miedo, ese miedo que traspasa el alma y se queda impreso en tu corazón, y luego vio terror…»
Me despierto de mi letargo al cruzarme con un extraño individuo ataviado solo con camisa y pantalón que ascendía hacia el puerto en soledad, al llegar a mi altura fuerza una extraña sonrisa y me musita un saludo imperceptible, me quedo sorprendido ante la extraña aparición, por la hora y el sitio, y veo delante a Eloísa, y cuando llego a su altura me confiesa que ha sentido miedo al cruzarse con esta persona, la verdad que su mirada era muy perturbadora pero en la montaña no suelo tener miedo, pues es difícil estar más loco que yo…
Mientras por detrás, Noemí, Jesús y Alejandro han perdido la pista de los hitos y están luchando con los piornos y adelante Jose, Jesús el joven y Josechu nos esperan en el chozo.
Paramos a comer tranquilamente, la oscuridad se nos abalanza mientras una media luna luce en el cielo, la noche no será muy oscura, tras comer algo, el que quiso hacerlo, empezamos a bajar por la pista del bosque.
Josechu se puso en cabeza conmigo, por una vez iría delante, la pendiente era realmente grande, fuimos imprimiendo velocidad a nuestras piernas, y la pista en semioscuridad se iba retorciendo, una y otra vez, como en una pesadilla que no acaba y no acaba, no me di cuenta de los larga que era al subir, siempre me pasa, me gusta más subir que bajar.
Y tras más de 2 km de pista interminable llegamos al desvío del refugio, nos esperamos a que lleguen los demás, ahora hay una pequeña subida, casi llana, por otros dos kilómetros de pista, seguimos a gran velocidad sin encender los frontales, pues la luna nos hacía las veces de lucero…, y empezamos a descubrir miles de estrellas ante nuestros ojos, silenciosas y expectantes de nuestra mirada, Alejandro nos empieza a explicar las constelaciones que tenemos sobre nosotros, pero hay una suave brisa en mis oídos que me impide escuchar sus palabras…
«Estaba sudoroso, empapado en sudor…, todo había sido una pesadilla.
No, no lo había sido, era la pesadilla, la que le venía todas las noches desde hacía veinte años, cuando desapareció Marguerite en la nieve, por desgracia para él, no era una pesadilla, cada día se despertaba con los ojos de Marguerite, clavados en él, traspasándole, y en su mirada vivía perdido desde entonces.
En vano llevaba 20 años cruzando montañas y cumbres, buscando lo perdido, esos ojos azul mar, mar profundo en calma, esos ojos que le faltaban, esos ojos con los que soñaba,…los ojos de Marguerite.
A Pierre la fiebre de la montaña le consumía, y siempre iba primero en las expediciones, sin mirar atrás, siempre buscando algo más, algo que nunca encontraba ni nunca encontraría, con la imagen permanente en su mente, de los ojos suplicantes de Marguerite…
La nieve crujía en lamento cortada por los crampones a cada paso, las cuatro figuras humanas se mantenían en lucha contra la pendiente, el cielo azul tapizaba las cumbres blancas, el paso del grupo era bastante ligero.
Pierre tenía tendencia a la soledad, y frecuentaba las montañas en solitario, pero en esta ocasión iba con Laurent , Arnaud y Martin , adelantado de sus compañeros seguía con su habitual energía, de quien no tiene nada que perder,…pues está perdido.
Las cumbres empezaron a cubrirse rápidamente, mi voz de viento comenzó a silbar con vehemencia, una nube gris empezaba a desparramarse desde las alturas.
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Esto no me gusta nada, Martin, el pronóstico del tiempo no era claro y daban posibilidad de que entrara una tormenta, debemos volver.
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Si, Laurent, hay que volver, se pone muy fea la cosa…
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Vamos a volvernos aseveró Arnaud…, no queda otra, esto se está poniendo cada vez peor y la montaña seguirá aquí mañana. ¡Nos volvemos!
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Vosotros volveros, si queréis, yo seguiré un poco más, y si veo que se pone mal, me vuelvo…, dijo Pierre sin esperar respuesta.
Los tres montañeros se volvieron en busca del cobijo del refugio, ni siquiera miraron para atrás. Pierre una vez más siguió, estaba muy cerca de donde tuvo aquel fatídico accidente donde desapareció Marguerite, hacía ya veinte años…, quería llegar hasta el lugar, había algo que le empujaba a ir hacia allí, al fondo veía la Brecha de Rolando…
Las nubes se habían cerrado engullendo la montaña, de repente empezó a nevar, arreciaba mi ventisca y apenas podía andar con la fuerza de mi ira invernal, pero a pesar de ello no sentía frío, nunca lo sentía, las montañas eran su casa y estaba acostumbrado a ellas…
De repente resbaló y cayó por una pala de nieve, rodó cien metros pero tuvo suerte, parecía que no se había dañado, no sabía para dónde ir, siguió y siguió ,encontró una cueva,…estaba oscureciendo, decidió entrar en la cueva.
Se acurrucó en un rincón, allí al menos no nevaba, esperaría que amaneciera, ya había pasado muchas noches a solas, pero esta cueva no la conocía…, mi voz de viento seguía sonando con fuerza fuera, se quedó dormido durante un tiempo indeterminado, de repente se despertó con esa sensación perturbadora de que algo extraño pasa,…se iluminó la cueva en un gran resplandor.
Y ante sus ojos apareció una figura humana, era una mujer con una túnica blanca, le brillaba su silueta y un aura invisible parecía envolverla.
Pierre se quedó estupefacto ante semejante visión, pero en seguida reaccionó:
-
¡Marguerite!,¡Marguerite!,.¿Eres tú?. Decía mientras se acercaba nervioso a la entrada de la cueva donde se encontraba ella. ¡Llevo tanto tiempo buscándote!
Su pelo era de color blanco radiante y sus ojos azul cielo de tono glaciar, pero no eran los de Marguerite.
-
¿Quién eres?, ¿qué haces aquí? Dime algo por favor.
La mujer no hablaba y no paraba de sonreírle, por señas le indicó que la siguiera, la tormenta había parado y el cielo azul templaba el horizonte en el nuevo amanecer, Pierre sentía que no tenía elección, la mujer era muy extraña pero parecía que le iba a sacar de allí.
Anduvieron por la nieve durante largo rato, ella apenas parecía pisar la nieve, era como si flotara, se volvía continuamente y le sonreía y le animaba a seguir, haciéndole gestos con la mano.
Llegaron a una pared rocosa, la bordearon por debajo y en un pequeño rellano donde había un pequeño resalte de roca, se detuvo, y se quedó mirándole sin decir nada.
-
Qué pasa, qué deseas, no te entiendo si no me hablas, acaso no sabes mi idioma…
Ella le sonrió otra vez, esta vez su sonrisa era tierna pero triste, cálida y comprensiva, le hizo los gestos para que cavara en la nieve.
Pierre atónito, se puso a cavar con sus manos y en poco que movió la nieve empezó a ver una placa de metal que estaba clavada en la roca.
-
Bien, una placa y qué quieres, yo quiero irme a casa, no quiero estar aquí, no me gusta este sitio…
Ella le miró con compasión, le hizo gestos negativos con la cabeza, y luego gestos de que cavara.
-
Una placa bien, pero para qué cavar más, no me importa lo que ponga la placa…, no quiero seguir,…no.
Le miró esta vez con severidad, y Pierre siguió cavando. A medida que iba retirando la nieve apareció la inscripción de la placa, y al leerla Pierre palideció como la nieve…
A la memoria de nuestro querido amigo
PIERRE FANTIN
Que nos dejó el 23 de Mayo de 1999.
Siempre te recordaremos.
Y se volvió a mirar a la extraña mujer , pero entonces vio en ella los ojos de azul intenso de Marguerite, y vio en ellos primero desesperación, en esos ojos que le miraban fijamente suplicantes de que no se soltara, mientras dedo a dedo se iba escurriendo de su mano, y luego vio miedo, ese miedo que traspasa el alma y se queda impreso en tu corazón , el miedo de ella cuando comprendió que le perdería y luego vio terror, vio su propio terror, en la imagen de su rostro en su cuerpo precipitándose al vacío, reflejado…en los ojos de Marguerite.
-
Entonces Maese Viento, la Dama de las nieves rescata las almas perdidas en la montaña…
-
Eso parece, humano.
-
Pues me has tenido dos años esperando que me contaras quien era ella…
-
Todo tiene su momento, humano. Todo sea que no te la tengas que encontrar…, recuerda la delgada línea de la vida y la muerte.»
Hemos llegados al Refugio, aquí están los coches, son casi las nueve de la noche, nos cambiamos, estiramos y nos subimos rumbo a Candeleda.
Allí recogemos el coche de Alejandro y nos bajamos buscando aparcamiento, tendremos que cenar, están cerrando muchos bares, apenas son las nueve y media, preguntamos y nos indican donde nos pueden poner de comer, nos metemos en un bar muy bullicioso y allí nos tomamos nuestra habitual cerveza de fin de ruta, gracias a todos, ha sido un día inolvidable, aunque no puedo quitarme de la cabeza esos ojos,…los ojos de Marguerite.
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